martes, 25 de julio de 2017

crónicas de humos paisa

Benicio Uribe E.

Tabla de contenidos
AGRADECIMIENTOS .....................................................................................................................3
PRÓLOGO .........................................................................................................................................4
INTRODUCCIÓN .............................................................................................................................6
ALZHEIMER Y OTRAS PESTES ....................................................................................................7
BONANZA JURÍDICA ................................................................................................................... 12
DÍA DEL PADRE ............................................................................................................................ 16
EL PADRE ROLDÁN Y MALASOMBRA .................................................................................... 19
EL ROLDAN BANK DE SANTA RITA ........................................................................................ 23
EMANUEL Y LOS JUEGOS SAGRADOS .................................................................................... 27
FMI. ESCÁNDALO INTERNACIONAL A LO PAISA ................................................................. 31
JAIRO Y EL DOCTOR ARBELÁEZ .............................................................................................. 34
LA MUERTE ................................................................................................................................... 39
MALASOMBRA EN LA VEGA DEL INGLÉS ............................................................................. 42
MANUEL RAMÍREZ: CUENTOS DE LUCIO MARÍN ................................................................ 49
MI TOCAYO ................................................................................................................................... 53
OTRAS PESTES Y REMEDIOS ..................................................................................................... 55
EL PAPA “LENGÜISUELTO” ....................................................................................................... 61
MUSA, UN TURCO EN SAN CARLOS, OTRO CUENTO DE LUCIO MARÍN.......................... 65
SABANETA, PARADO A $500 Y SENTADO A $1.000 ............................................................... 67
TOTO ............................................................................................................................................... 70
CUENTOS DE FROILÁN ............................................................................................................... 72
FROILÁN Y CONEJO .................................................................................................................... 74
FROILÁN Y EL MUELÓN ............................................................................................................. 76
LOS FINOS VESTIDOS DE SEGUNDA ....................................................................................... 79
TOÑITO, PRECURSOR DE PIRÁMIDES ..................................................................................... 82

AGRADECIMIENTOS

Como en los triunfos del futbol, el que empuja el balón para que penetre en la portería contraria, es a quien quedan recordando los aficionados.
Mi amada Angelita ha estado en la fase final de este proceso, animándome permanentemente, a que ponga mis escritos en manos de “mis amables lectores”. Sueña con agregar en su exitosa hoja de vida, la cercanía, a quien cree, será reconocido escritor.
Mi gran amigo Enrique Rojas, disfrutó como niño el proceso final de corrección, aportó mucho, pero sobretodo me apuró y me animó a diario.
Darío Toro, mi profesor de español y literatura, que en el colegio me enamoró de los Clásicos Griegos y del Quijote, de Epifanio Mejía y Gregorio Gutiérrez Gonzáles, entre otros. Él y Gustavo Castrillón, se tomaron el trabajo de leer los cuentos y hacer grandes aportes y correcciones.
Mi secretaria Luz Elena, que cada que le hacía imprimir el último escrito, lo adhería a los anteriores, me los mostraba y decía que ya se parecía a un libro.
Un ambiente de lectura, tertulias literarias en el Andes de mi época, me anudaron definitivamente al idioma leído, hablado y por escribir.
A Martín Restrepo, mi peluquero de juventud, le agradezco todos los días el infaltable periódico El Colombiano, que siempre le tomaba prestado, mientras atendía otro cliente en la silla. Suspendía su trabajo y entraba sonriente a la tertulia que armábamos a raíz de cualquier comentario que yo hacía a la lectura.
Muchos desde la tribuna me han llenado de ánimo: quiénes leen mis correos o mi página en Facebook y me responden con entusiastas voces de aliento; quiénes me saludan en las calles y me hacen comentarios elogiosos. A todos mil gracias. Mientras más personas mencione más me quedarán faltando.
Pido perdón a mis hijas y nietos, si en algún momento se sienten avergonzadas de tener un padre cuyos escritos parecen de loco. De todas maneras les agradezco el amor que a diario me prodigan.

Benicio Uribe E. septiembre de 2015

PRÓLOGO

Todos los seres humanos somos singulares, únicos; hasta los gemelos, por parecidos que se les considere, guardan tras su semejanza física enormes diferencias, pero Benicio Uribe Escobar es el más singular entre los singulares.
Tuvo la fortuna de nacer en una época, la de arrieros y fondas, café pajarito, calles empedradas, curas negociantes, “agregados” en las fincas, rosarios vesperales, juegos de dados, riñas de gallos, Ferrocarril de Antioquia, y cantinas que molían veinticuatro horas, los tangos campesinos de Agustín Magaldi; y así mismo de vivir, ya mayor, el derrumbe de ese mundo, para entrar en otro que aún no sedimenta, y quizás nunca sedimentará en sus manifestaciones materiales y culturales: se volverá líquido o ya es líquido, como lo señalara Sigmunt Bauman para las sociedades contemporáneas. “Todo lo sólido se desvanece en el aire”, diría con pesadumbre Marshall Berman.
Pero Benicio no se dejó arrollar por las nostalgias de un mundo en ocaso, y más bien entró al vórtice de los cambios sin renunciar a la savia que nutrió a sus ancestros, generación tras generación, la misma que lo hizo antioqueño sano, trabajador y generoso, de humor festivo, ideas diáfanas e ingenio sin límite.
Ha trasegado por todos los caminos posibles y en todos ha dejado su huella; tuvo hasta veleidades académicas como ingeniero forestal, y profesor de Ordenación de Bosques, disciplina milenaria que fundara Virgilio ante el Senado romano, para que el Imperio en expansión, no se viera desprovisto de maderas, material que para entonces era tan necesario como la suma actual del petróleo, el plástico y el concreto.
Se hizo topógrafo, fotointérprete y geodesta, oficios en los cuales conoció al detalle el noroeste de Colombia, siempre en el afán de trabajar, servir, aprender y enseñar; por eso domina cuanta actividad brota de la tierra rural. Y en esas tierras es conocido y apreciado por su donosura, simpatía y amabilidad.
En algún momento regresó al lar nativo, el suroeste antioqueño, en donde reencarnó en agricultor exitoso y dirigente cafetero. Agricultor del café, innovando y sin negar ciencia y técnica al cultivo; pero no solo del café: le puso el alma a la domesticación de la guanábana y hasta del mango criollo, antes producidas expontáneamente en las vecindades de las casasque con mucha gracia, tachonan montañas y cafetales de nuestro territorio. Hoy es un gran productor de la fruta en Antioquia; y ya le ha dado por incursionar en el cultivo de macadamia, donde de seguro cosechará almendras y éxitos.
Productor del vino “Don Benicio”, fabricante de baldosas, dirigente cafetero, candidato a gobernador, maratonista de las calles de América, que ahora nos entrega unas afortunadas crónicas, y digo afortunadas, pues nos permiten adentrarnos en los mundos supérstites de ese su pasado ido, y lo hace con toda la gracia, el color y la picaresca que ese mundo tuvo, más su propia gracia, que abunda cuando en mañanas domingueras de sol y plaza, depura tintos y saluda paisanos, en tanto se entera de noticias, rumores y precios, sin olvidarse de las muchachas de pestañas encrespadas y caminar vibrante que por allí cruzan.

Norberto Vélez Escobar
Piedemonte del Capiro, Rionegro.
10 de octubre de 2015

INTRODUCCIÓN

Soy el primer destinatario de mis escritos.
Disfruto mucho escribiendo, y cuando no estoy sentado en el computador o me dedico a trotar, caminar, conducir, montar a caballo, descansar en la cama, estoy pensando en lo que voy a escribir. A veces despierto muerto de la risa. Es decir, con esta actividad no sólo me distraigo, sino que mantengo mi cerebro en permanente actividad.
Recordar acontecimientos o ponerles atención a quienes nos entretienen con sus historias, se volvió en mí algo permanente.
Lo de “vuélvase serio que está muy viejo”, me resbala, como dicen hoy, no se me ocurre acatarlo. Ser viejo es ya suficiente lastre para empeorarlo con una de esas caras que ponen los señores.
Escogí el camino del humor, o mejor, lo preferí, porque las cosas serias hay mucho quien las diga y normalmente despiertan controversias, para las cuales se debe estar bien preparado y bien documentado, lo cual no es fácil para quien, además de escribir, debe rebuscarse la vida tratando de salir adelante en otras actividades.
He leído mucho, especialmente en mi juventud, cuando no me había tocado meterme en los afanes de ganarme la vida y tratar de hacer patria en nuestros campos.
Conocí muchos autores, a ellos debo lo logrado, pero trato de imitar o continuar trabajos que me llenaron de satisfacción, como los del escritor costumbrista manizaleño Rafael Arango Villegas y los de mi paisano Roberto Cadavid Misas (“Argos”): fáciles de leer y profundos en su sencillez. Maestros sin látigo.
Mi trabajo consistió en enriquecer los recuerdos y relatos escuchados con imaginación y creatividad, tratando de encontrar la mejor manera de agradar a quienes cojan en sus manos y bañen con su mirada estas bobadas.
¡Ustedes dirán si lo logré o no!

ALZHEIMER Y OTRAS PESTES
                                                                           I
Cómo se ha complicado esto de las enfermedades. Cuando estábamos pequeños todo era muy sencillo. La gente se moría, por ejemplo: ¡de repente! Se acostó y no amaneció, decían.
Cuando lo llamaban para darle los primeros tragos no contestaba. No te hagas el dormido, le decía la mujer, y lo empujaba para que se moviera, hasta que salía gritando por toda la casa:
—Vengan que se murió Sótero.
Y empezaba Marcia el cuento:
—Estaba muy aliviado, anoche llegó temprano, comió lo de siempre: frijolitos con plátano niño picado y papada de cerdo, arrocito con carne frita, tajadas de plátano maduro y huevo frito. De sobremesa mazamorra con claro.
“La postrera de leche que él mismo separaba desde la ordeñada, ya se la había quitado, porque con los ruidos y los olores no me dejaba dormir
Y continuaba Marcia:
—Oyó como siempre el “Reporter Esso” y echó cantaleta un rato.
—¿Con qué me va a pagar la gente la carne que les fio? Ese precio del café todos los días para abajo.
—Rezamos el rosario, escuchó a “Los Tolimenses” y nos acostamos a dormir. Véalo ahora en ese cajón. Qué tristeza ¿no cierto?
A otros les daba el mal de San Vito, empezaban a moverse como un carro con Very Very. Eran hasta entretenidos, hoy a esa enfermedad la llaman Parkinson, ¡es muy grave!, sentencian los médicos y empiezan con la droga y las consultas, hasta que le ponen el “tatequieto”, que es cuando lo dejan sin un centavo antes de meterlo al cajón.
A la Buenamoza, que no es la mujer cariñosa, que ustedes se están imaginando, la llaman hoy Hepatitis. El pobre pendejo se iba poniendo pálido, casi transparente. Y dele a tomar bebidas de cuanta carajada había.

A las señoras les daban “dolores bajitos”, que atérrense, yo pensaba que era algo así como un uñero. Después me enteré que era más arriba.
                                                                                      ll
El dolor de muela le tenía miedo a don Robustiano, viejo dentista, que por su figura, indumentaria y herramientas de trabajo parecía sobreviviente a la desaparición de los dinosaurios y que, contrario a lo que su nombre hace imaginar, no tenía carne ni para una empanada parroquial.
Con su broca, que después se llamó fresa, su alicate, destornillador y tenazas, no había dolor de muela que se le escapase. El paciente salía con un poquito de cabuya, untado con Veterina aguada, para ponerse en la tronera que le quedaba y adiós dolor.
Después vinieron las consecuencias del modernismo:
—Don Arturito, ¿Cómo le quedaron los implantes dentales? —le pregunté a un amigo.
—No los he podido ensayar —me contestó—. El ortodoncista me cobró una cuenta tan alta que me quedé sin con que mercar.
Hasta los refranes se trocaron: ahora Dios le puso dientes, pero lo dejó sin pan.
Debo contarles que Robustiano no murió de viejo ni de anorexia. Lo desterró Puñaleto, nunca más se supo de él. Era el recién llegado, un Opita que montó un gabinete dental, lo empapeló con diplomas de todas las Universidades del mundo y al médico Cañas, que en una rasca se atrevió a decir que era un tegua y sus diplomas chimbos, le pegó veintinueve puñaladas.
Nunca más hubo en el pueblo la más leve duda de la validez de los diplomas.
En fin, era la medicina parroquial. A los galenos les rendía la plata. El doctor Delgado, cobrando consultas a veinte centavos y partiendo utilidades con Don Aníbal, por la venta de los mejunjes que recomendaba, se mantenía gordo a reventar.
Y ver hoy: es más fácil llenar el inodoro de un tren que a un médico con plata.
Antes de continuar rindo homenaje a nuestro gran músico, Jorge Botero, el Audaz, que descubrió y difundió las dos grandes contradicciones de Andes: sacaba una mano con el meñique estirado y decía:

—Vea, Audaz, don Robustiano es así de flaco —avanzando la mano para que viéramos bien—. En cambio, el doctor Delgado es así —y ponía las manos adelante del estómago e inflaba los cachetes.
                                                                            III
En alguna ocasión estaba esperando que me atendiera un médico en un elegante consultorio, cuando llegó don Pantaleón, un conocido rico del pueblo. Inmediatamente el galeno que lo sintió se deshizo como pudo del paciente que estaba atendiendo y lo mandó pasar por encima de todos los que estábamos en la sala de espera.
—Pasaba por aquí y entré a darle un saludito, doctor.
—¡Saludito! ¿Qué es ese descuido don Panta? ¿Por qué no había venido antes?
—¡Señorita, pídame una camilla! Siéntese acá —dijo el médico.
Le alzó el párpado y le alumbró el ojo, le tomó el pulso, le dio unos martillazos en la rodilla. Movió el galeno la cabeza de lado a lado y dijo:
—Esto no me gusta nada. Acuéstese acá —le señaló la camilla y le puso el estetoscopio.
Ordenó a la secretaria:
—Tráigamele un calmante mientras llegan las enfermeras por él.
Don Panta empezó a balbucear.
—Doctor, tengo mucho que hacer…
—Ni riesgos; primero la salud. Présteme la tarjeta de crédito y me la firma en blanco, para que esas enfermeras lo dejen entrar tranquilo que usted está muy enfermo.
—Tres días en la clínica —dijo el médico—, mientras le hacemos una serie de exámenes hasta que estemos seguros del tratamiento que requiere. Tranquilo, que voy a estar pasando a darle vuelta.
¿Se imaginan ustedes a don Panta, pensando en que todo lo que se ahorró en la vida se lo iban a tragar los médicos en un momentico?
Sudando el galeno después de las anteriores preocupaciones me mandó pasar.
Doctor me siento muy enfermo, le dije.
—¿Cómo vas a pagar? —me preguntó.

—Ya tengo mi carnet del SISBEN —le contesté.
—¿Para qué se puso a sacar eso?
—Doctor —le respondí—, don Chucho, el que quedó de alcalde en Plan Parado, nos dio el carnet a todos los que votamos por él.
—¡Pero si usted es un roble! —dijo a boca llena. Me abrazó solapadamente para despacharme.
—Doctor, pero es que. . .
—Señorita démele a don Benicio, una muestra gratis que con eso le curamos la pendejada. No vuelva por aquí, hombre, que usted lo que está es muy alentado.
                                                                                        IV
Ni hablar de los cambios, lo que hoy llaman trasplantes. ¡Los ricos trabajan para eso!, les sacan un pedazo de corazón y les ponen uno de cerdo. Si queda gruñendo le devuelven la plata. Le quitan una vena y le ponen un niple de acero inoxidable. Le hacen un “By Pass”, dizque para no engordar; el estómago queda tan cortico que el paciente puede almorzar sentado en el sanitario para ganar tiempo.
Les recortan las ojeras, la pate-gallina, la papada. En fin, le dicen;
—Consiga platica que aquí inventamos la manera de quitársela.
Es el lema de hoy en los consultorios.
Las enfermedades, además, son selectivas. Por ejemplo, a ninguno de mis acreedores le da Alzheimer. Nada se les olvida. Todos se acuerdan perfectamente cuánto y cuándo me prestaron, cuándo fue la última vez que les pagué intereses y cuándo se vencen de nuevo.
Un señor, uno de tantos, me prestó una plata. Mantuvo en muy buenas condiciones su cerebro, nada o poco del mal llamado “El alemán”. El primero de cada mes, a las seis de la mañana me llamaba; ¡ustedes no se imaginan la amabilidad!
De los señores que son así, dicen que son “maniquebrados”. Pues, yo creo que a éste le pasó una aplanadora por encima y no le dejó hueso bueno. En ese tonito musical que acostumbran, aflautado le dice a eso Álvarez Gardeazábal, empezaba el interrogatorio, me preguntaba por toda la familia a la cual “quería mucho “.

Cuando acababa de recibir reporte detallado de todos mis parientes, mis bienes y mis actividades, me preguntaba si iba a estar por la oficina, pues tenía que hacer una vuelta por allí cerquita y quería aprovechar para recoger los intereses.
Si la respuesta era negativa, al otro día quería nuevamente el reporte completo, con algunas adiciones. Si la respuesta era positiva, recogía la plata y se olvidaba de toda mi familia hasta el primero del mes siguiente. Creo que por eso le empezó esa terrible enfermedad.
Pues sí, no me van a creer, algún día le entregué el capital y no se volvió a acordar de mí ni de ninguno de mis parientes. No me volvió a llamar y rápidamente lo mató la terrible enfermedad. Estiró la pata. Le quise ayudar, le pagué, pero me fregué en él. Si no me hubiera acosado tanto, por ahí estuviera dando lidia todavía.
Por eso he decidido, ante la falta de éxito de la medicina tradicional con el Alzheimer, profundizar con mi método: estoy recibiendo dinero en depósito. Mientras más grande la cantidad mayor probabilidad de éxito. Eso sí, sin garantía, pues cuando hay garantía, los abogados son los que se acuerdan y se quedan con todo.
Mientras el depositante se acuerde de la deuda, es decir, que no le dé Alzheimer, yo sigo con el depósito. Cuando se le olvide, es decir, cuando se enferme, pues que me avise, que yo inmediatamente se la devuelvo.

BONANZA JURÍDICA.

En Andes, nuestro querido municipio, líder en la Región cafetera del Suroeste de Antioquia, no sólo hubo bonanzas cafeteras, como llamábamos aquellas en que aparecían montañeros estrenando carros lujosos, adornando exageradamente casas y fincas, luciendo relojes y cadenas de oro; puentes bucales y colmillos en el mismo metal; atravesados en las calles, en caballos bien aperados; mozas grandes y tetonas, pletóricas de baratijas colgando por todas partes.
También hubo una bonanza… ¿Cómo la llamáramos? ¿Jurídica? ¿Legal? En fin, el caso es que allá apareció de la noche a la mañana, un camión lleno de viejos, elegantes, canosos y gordos. Tenían el encargo del Ministerio de Justicia de instalar en aquel pueblo cafetero un Tribunal Superior de Justicia. Casi una docena de honorables magistrados.
A magistrado viejo, casa vieja. En la plaza principal, la patriarcal mansión de familia de rancio abolengo, pasó a ser “Templo de Justicia”.
Pintura y blanquimiento general. “Guzculeco”, hombre negro de fondo entero, con pintas blancas de cal en todo el cuerpo, hisopo en mano; “Vinola” con brocha gorda; el “Maestro Machete” y “Pacho” armados de serrucho.
No alcanzaron los clavos para colgar títulos y diplomas. Ni se sabe el tamaño del vehículo en que trasportaron tanto reconocimiento. Nadie se explicaba de dónde sacaron en las capitales tanto abogado viejo para despachar hacia la tierra que parió al “Indio” Uribe y a Gonzalo Arango. Pero lo cierto es que el pueblo se transformó de la noche a la mañana.
Paralelamente se instalaron juzgados superiores y promiscuos, fiscalías, etc.
Empezaron a aparecer por todas las esquinas abogados y auxiliares litigantes, procedentes de los otros municipios de la región y de la capital del departamento.
Escribanos acostumbrados a pararse los domingos en la esquina de la Calle del Medio a esperar un “corazón herido”, dispuesto a desprenderse de veinte y hasta cincuenta centavos, a favor del letrado, con tal de expresar a la ingrata ausente, por escrito y con inspirado acento lo que salía de “lo más profundo del alma”.
¡Ascendieron todos! En lo más clásico de lo que hoy llaman “movilidad social”, a auxiliares de la justicia. Todos, según ellos, con el título “agarrado de barba y cacho”, para

entrar a reemplazar a los que a todas luces estaban próximos a “chatarrización”, como diría Andrés Uriel. Es decir, su jubilación, para antier era tarde.
Me permito darle los créditos por la siguiente expresión al inolvidable, querido y locuaz “Gazapera”, como apodamos en Hispania a Don Gilberto Gaviria:
“Donde come la Perra, lambe la Gata”.
Se dinamizó la economía, para todos alcanzaron los beneficios. Restaurantes: “El Mesón” a la cabeza, con los tres platos que inmortalizó don Gregorio Gutiérrez González; Posta y Lengua, Lengua y Posta y Lo Mismo, pero muy bueno. Residencias Don Camilo, atendido por éste, Luisa y su hijo Gilberto, fiel réplica aquella de la dueña del Hostal Asistencia y Camas, creada por mi colega manizaleño fallecido Rafael Arango Villegas. Curtida de experiencia en las fritangas de la Gallera y la plaza de mercado. El joven vástago, un diligente “maniquebrado”, que encontró la oportunidad de mostrar su elegancia, belleza y donosura a dos manos a “Ñor Raimundo” y todo el mundo.
Los taxistas llevando y trayendo doctores a Medellín. Paúl Arredondo y los hermanos Javier e Ignacio Ossa eran la sensación en sus avionetas, pues en cumplimiento de su encargo de transportar importantes personajes, con frecuencia sobrevolaban el pueblo despidiéndose de sus “fans” o anunciándoles su llegada,
Vendedores de libros tratando de convencer a cuanto “uñiparado” veían con plata, de que la lectura era el signo de los nuevos tiempos.
—Tráigame metro y medio de enciclopedia que voy a ampliar la biblioteca —exclamó un reconocido abarrotero para deshacerse de un pegajoso vendedor.
“Carenudo”, radicado en Cali desde años atrás, regresó al terruño a ofrecer sus seguros en dólares.
Merceditas Martínez y su almacén Capri y Margarita Arango encontraron un filón de nuevos ingresos en la necesidad de las valorizadas damas del pueblo de ponerse elegantes.
“Tato” Martínez, Mirian Sierra y las Gallego, comerciantes de mayor vuelo, hasta San Andrés viajaban a traer el último grito de la moda.
Entre paréntesis les confieso que todavía tengo de esos tiempos e importado de Las Islas de San Andrés un frasco de “Pino Silvestre”, loción en todo su furor por aquellas calendas y que salió de mercado cuando empezó a sentirse su olor en cuanto cuchitril había.
                                                                                                                                                               14
Yo no lo voy a botar, ¡harto lo he guardado!, puede que llegue a ocurrir al igual que con la delgada corbata con la cual me tumbó un italiano, que ya se está usando otra vez. Si me antojo de casarme de nuevo, me pego una untadita de la legendaria loción y estoy seguro que no voy a aguantar la recua de viejas detrás.
En Andes, la Justicia no cojeaba, sino que dormía. Los ilustres juristas, cuando no estaban cabeceando en los elegantes escritorios, estaban tomando tinto debajo del mamoncillo del Café París para no dormirse. Con la consiguiente valorización de las acciones de los proveedores de la exquisita bebida.
Solo los que no han tenido que pasar con los pies en puntillas por el corredor de las oficinas de un Tribunal, para no despertar a un representante en la tierra de la Diosa Temis, creen que la demora de diez o doce años para una decisión en las altas cortes, es esperando a que esa respetable señora baje a iluminarlo para su decisión.
A punto de colapsar estuvo el villorrio con la fulminante destitución de que fue objeto “Tavo” Atehortúa. quién con una brillante hoja de vida como secretario de Inspector de Policía en importantes localidades del departamento, tales como Las Mercedes, Guintar, La Susana, Hoyo Rico, etc. dejó fama de sabiduría, en la administración de justicia, organizador de convivencia, pero sobre todo de buen pescador, especialmente de sabaleta.
Era “Tavo” secretario de juzgado municipal y dio en manifestar a boca llena en sus frecuentes noches de bohemia, en todos los cafés del pueblo, que su jefe, un joven abogado, recién egresado, era un “firmón”. Queriendo decir con ello, que el sabio secretario preparaba las sentencias y el bisoño jurisconsulto se limitaba a estampar su rúbrica. Insubordinación que lo condenó a terminar sus días de cotizas, carriel, sombrero y vara de pescar. Pero más perdimos los colombianos de tener al servicio de nuestra justicia un sabio servidor.
Creo que La Real Academia Española de la Lengua, como póstumo homenaje a “Tavo”, acogió el neologismo “firmón “.
Ni más faltaba. Nueva vida para el encopetado Club La Rochela, que por entonces moría por inanición y que encontró, ahora sí, razón de ser.
Su estricta portería se convirtió en mecanismo para proteger de la “guacherna” a los ilustres personajes en sus veladas nocturnas. Además de que mantenía ocultas para el común, “las debilidades y flaquezas” de los encopetados juristas, pues tampoco eran de palo.
                                                                                                                                                        15
Para acceder al Club era necesario estar vestido de saco y de corbata, atuendos en extinción por esa época en Andes. Sólo quedaban los de don Julio Vásquez, el de Rafael Peláez, eterno e ilustre concejal apodado “Salsipuedes”, el de don Roberto Mejía y el de José Betancur. Este último acompañado de corbata traída de su cacaraqueado viaje a Roma, atuendo que lució hasta su muerte. Darío Toro, armado del vestido con que se graduó de bachiller en Concordia, se hizo presidente de la Junta y endureció la norma.
Recientemente, ya jubilado y dándose la gran vida como ganadero, me encontré a Darío en los corrales de una subasta ganadera, con las mismas zapatillas “Tres Coronas” que lució ufano en los salones del linajudo Club.
Vuelve y juega lo de que “donde come la perra…” las zapatillas “Tres Coronas” hicieron rico al propietario de la fábrica de la famosa pomada “Mata Callos”.
Pero volvamos a despertar a los viejitos que por estar escribiendo pendejadas se me volvieron a dormir.
Mejor dejémoslos ahí. Traté de averiguar qué fin tuvo la augusta sala que se me perdió de vista. “El Mono” Robledo de amplia trayectoria en “los Estrados Judiciales”, componiendo con el dedo sus bigotes, explicó de manera magistral:
—El Consejo de Estado derogó la norma que los había creado y los recogieron de nuevo.
Eloy Cortez “metió la cucharada” y sentenció:
—Acabaron con los sacos viejos y se fueron.
                                                                                                                                                             16
DÍA DEL PADRE

Nos hacemos padres en un abrir y cerrar de piernas.
Nueve meses después de ese agradable espasmo, aparece una bella criatura que, alentada por los primeros sorbos de leche, materna o de la otra, si la hay, resulta haciendo mil preguntas, para hacernos caer en cuenta de la hondura en que nos metimos.
—¿Y yo por qué estoy aquí?
La responsabilidad de ser padres, que ya toda la sociedad nos ha inculcado durante los susodichos nueve meses, nos obliga a ser muy puntuales y acertados en responder un cuestionario más largo que el que le tocó responder al “Gordito” Samper en el proceso Ocho Mil.
—¡Pues, porque te trajo la Cigueña! Tu mamá y yo estábamos cansados de decir, hacer, pensar y desear siempre las mismas bobadas, y decidimos que vinieras a alegrarnos la vida. Además… es lo mismo que hacen todos los otros papás. De alguna manera eres producto de nuestra falta de creatividad.
Muy fácil: una llamadita a París y de inmediato:
—¡Ahhh!
—Bueno ¿y a qué vine? ¡Cómo les parece la preguntica! Uno, ya viejo de andar por estas tierras de Dios, sin saber dónde está parado, a salir a explicarle la ruta a este nuevo feligresito.
Pero para adelante. Cabeza levantada, culo parado y dedo índice extendido:
—¡Pues, a manejarse bien!
Los pobres padres, como el marido infiel, mientras más preguntas respondan, más enredados, resultan.
—¿Y qué es eso de manejarse bien? Pregunta la figurita.
Y ya entre la espada y la pared toca aflojar algo así:
—¡Pues, comerse toda la compota! Y ese es el primer pescozón o jab, como dicen los boxeadores. El primer traspié en la vida. ¡Con el nombre que le pusieron a la comidita esa!: ¡Compota! El pequeño no tiene idea de nuestra “Lengua Materna”, pero esa palabrita hiere
                                                                                                                                                             17
al que sea. ¡Vean la edad que tengo y en mi vida jamás se me ha ocurrido probar una cosa de esas!
Cada vez que oigo esa palabrota me asusto. Todos ustedes han visto un niño recibiendo el “alimento” ese. Le dan dos cucharadas y devuelve cuatro. Recogen con la cuchara, por un cachete, por el otro, del pecho, en fin.
—¡Tráigame otro babero que ya este está vuelto nada! Cuando finalmente se asume que el bebecito está lleno, ahí mismo a las espaldas. A sacarle los gases, proceso que consiste en devolver lo poquito que se le había logrado embutir.
—Bueno ¿qué más tengo que hacer? —sigue preguntando.
—Pues, bañarse, todos los días con agua helada porque nos cortaron los servicios o hirviendo como para pelar pollos, mientras mami, le coge el tiro a la temperatura, tanteando la cual, se le han caído las uñas y pelado todos los dedos; también debes acostarte cuando más entretenido estés jugando, levantarte cuando más sueño tengas. No pasarse a la cama de los padres cuando estos apenas concilian el sueño y menos aún si sospechas que tienen ganitas. ¿Ganitas de qué? No, no, es un decir… mejor dicho de dormir. Después hablamos.
Manejarse bien, es además reírse cuando llegue el abuelo o cualquiera de tus antediluvianos antepasados, arrugado y canoso. Cuidado con ponerte a llorar. Haz de tripas corazón y a poner carita feliz. Ríete. No de él, sino con él. Hazle caritas, que de eso depende mucho tu éxito en la vida.
—¿Y si me da hambre de noche? ¡Nada! Te pones a mirar los móviles para que te entretengas y te pongas formalito mientras amanece y la mami se levanta a alimentarte. Para eso te los regalaron las tías. Ah... y por favor empieza a mover patas y manos como haciendo gimnasia para que te canses y te vuelvas a dormir.
Pero, ¡qué va!... Al primer jalón de la tripa mete el berrido y empieza el codeo en el lecho conyugal.
—¿Qué le pasará al niño? ¿Será que está enfermo?
—¡Qué va! No ve cómo está de “cacheticolorado”.
Vaya usted, dicen marido y mujer al unísono.
—¿Será que está descobijado?
—Eh, debe ser que tiene hambre, asómese a ver y le da teta.
                                                                                                                                                               18
—¡Pero si me acabó de escurrir! Vaya a darle un tetero —ordena la mujer—Y acuérdese: tres cucharaditas de leche y siete onzas de agua, fíjese bien que sea leche, cuidado le da bicarbonato.
Corre el angelito a bogarse el tetero y más aún el adormilado padre a ponerlo en la cuna, cuando se da cuenta de que está más untado que la vaca de Alvarito, que según decían en Andes, se cagaba los cachos subiendo por la falda de la Trilladora.
Se prolonga la desvelada del cucho, remoquete que empieza a cargar el nuevo patriarca, con la limpiada, despertada y gruñida de la conyugue porque no sabe dónde están los pañales.
—¡Y cuidado no le unta la Crema Cero, que se quema y ahí sí que olvídese de volver a dormir!
La labor termina cuando todo el vecindario queda despierto por cuenta de los alaridos del bebe y de los ruidos que hace el pobre marido moviendo los utensilios de cocina, en la búsqueda de la ollita para tibiar el agua, porque al culicagado nanay de agua fría para el tetero.
Preciso después de esta faena, es la hora de levantarse para salir a trabajar.
El premio de consolación consiste en que cuando sale de la casa, adormilado y cabizbajo por temor a los reclamos de los vecinos, encuentra un letrerito en la cartelera del ascensor:
FELIZ DÍA DEL PADRE.
                                                                                                                                                               19
EL PADRE ROLDÁN Y MALASOMBRA

Siempre dijeron las señoras que el padre Roldán era un ministro de Dios muy humano.
Más tarde lo entendí, cuando observé que como tal se recreaba en los mismos placeres que gustan a los hijos de Eva: el trago, las mujeres y la plata; de lo cual dan fe, los fieles de las muchas parroquias de sus primeros años de ejercicio sacerdotal. De todas ellas hubo de ser trasladado cuando al Señor Obispo se le llenaba la taza, con las quejas por sus pilatunas.
Las frecuentes comunicaciones de los parroquianos, enterando a la máxima autoridad de la diócesis, de las andanzas del curita, terminaban con la disculpa de que eran chismes de los liberales que querían acabar con la Iglesia.
Reconvenido y preavisado por el máximo jerarca, pero absuelto y con votos de regeneración, regresaba el padrecito a su labor pastoral.
Cuando hablamos de padrecito hacemos alusión a su baja estatura corporal, pues era tenido por todos, como grande en santidad y sabiduría.
Cansado el señor obispo de Jericó de luchar con esta oveja descarriada, resolvió castigarla mandándola como coadjutor a la vereda La Clara.
La escasez de pastores y la abundancia de almas por atraer hacia el Cielo, obligaban al obispo a tratar de encaminar al díscolo curita por el camino del bien.
Era La Clara una vereda apartada del municipio de Salgar. Su acceso por camino de herradura y lo trasmano para todo tipo de comunicación garantizaban al Señor Obispo, por lo menos, la no frecuente llegada de malas noticias del presbítero.
Conocedor nuestro buen hombre del agua que lo mojaba, para recorrer caminos escarpados, estrechos y pantanosos, se compró en Salgar la mejor mula: grande, robusta, elegante, ligera y mansa. De ahí en adelante adquirió nombre y apellido el noble animal: pasó a ser la “Mula del Cura”. Octavio Ochoa, reconocido talabartero, la aperó “a todo meter”, como dicen allá, hecho lo cual se adentró el santo binomio hacia su destierro.
Todo parecía favorecer la hoja de vida de nuestro cura, pues en muchos días nada que preocupara al Señor Obispo se supo en Jericó, capital de la diócesis.
Pero el diablo es diablo y lean lo que pasó:
                                                                                                                                                             20
Llamaron al padre Roldán a Medellín a dar vuelta a su anciana madre, que estaba muy enferma, y el buen hijo viajó en forma inmediata a atenderla y acompañarla.
Recuperada la señora, especialmente con el afecto y bendiciones de su santo hijo, se organizó el viaje de regreso. Como último deseo de madre, le pidió al sacerdote que se llevara bajo su divino manto a un nieto descarriado para que, con el ejemplo de las buenas costumbres del sacerdote, lo condujera por el camino del bien.
Era convaleciente el nieto de una puñalada que le pegaron en Caldas, en el paraje Primavera, peleando por una vieja, y de la cual escapó con vida, sólo porque “Chuchito” lo tenía para grandes cosas, como más adelante se sabrá.
Pero, además, para reforzar la protección celestial había visitado con la abuela al Señor Caído de Girardota y le había prometido no volver a jugar con dados cargados, no visitar más a mujeres de mala vida ni volver a “alzar el codo”. Un joven así de bien intencionado estaba “que ni pintado” para sacristán.
Además, reafirmó la abuela su tesis con el cuento de que en La Clara se sentirían orgullosos de tener en la casa de Dios un ayudante tan bien parecido, tan entendido y, sobre todo, tan buen conversador.
Antes de entrar a Salgar, un poco más arriba del puente Restrepo, se bajó el cura de la escalera que los transportó. No quería nuestro santo sacerdote, que la picadurita de mosco, que le había recomendado su madre, se enterara de las tentaciones que “La Cañada de Cosme”, ofrecía a personajes, tan proclives a la juerga como nuestro Malasombra, que así se apodaba el sobrino de marras.
Al pelo transcurría todo, no reposan en los anales de la inspección de La Clara, quejas contra nuestros dos ilustres personajes; ninguna comunicación a la diócesis, ni habla la tradición lugareña de alteración alguna. Es posible que los parroquianos, por temor a quedarse nuevamente sin intermediario celestial les hubieran perdonado algunos pecadillos. O que poco significaba para estos recios pobladores, curtidos en la violencia que tan duro los azotó, un curita y su sacristán bailando y bebiendo en la fonda y entrando amiguitas a la casa cural.
Sólo menciona la historia las romerías para La Plancha, salves en Montebello, misas en Troya, peregrinaciones al León, es decir, propagando la Fe en esas tierras de Dios. Eso sí,
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animados regresos con cafecito para el Señor Caído, pasilla para la Virgen, yucas y plátanos para San Isidro, pintura para la capilla, cemento para la casa cural, gallinas colgadas en la cabeza de la silla, y los billetes, que salían de debajo del colchón campesino para las alforjas, es decir, todo era generosidad para cura y acólito tan queridos.
Ni se veía la mula, tapada toda con regalos. Atrás, Malasombra cargando un pesado costal, renegando, con lo que no se le pudo colgar a la mula.
Pero como ya hemos dicho, el diablo es diablo, y cansado nuestro Malasombra de oír a los lugareños, que bajaban los domingos al pueblo a mercar, o mensualmente a la feria de ganados, las historias de fiestas, carreras de caballos, jugarretas de dado y toda clase de parranda, se inventó un dolor de muela muy agudo, se hinchó la cara con un culo de avispa y lloró hasta convencer al cura de que le debía prestar la mula, y hacerle un adelanto de sus honorarios de sacristán, para buscar al dentista, pues argumentaba que no creía en remedios caseros, que la Veterina lo hacía vomitar y que los emplastos nunca le habían servido.
Con la plata del adelanto y reforzado el bolsillo de atrás con los billetes gruesos que caían a la ponchera, arrancó el falso enfermo “con cara de yonofui” a buscar ayuda médica.
Llegó nuestro hombre y amarró “La Mula del Cura” en un piñón, al pie del quiosco central de la plaza. Pidió para él un aguardiente y, “lo que quieran para los señores”, que ofreció extendiendo la mano. Poco a poco se fueron acercando los vagos del pueblo a joven tan formal, con cara de respetable y tan generoso comprador.
En estas y las otras le preguntaron con mucha timidez si le gustaba echar a rodar las “muelas de santa Apolonia”. Malasombra respondió, haciéndose el pendejo que algo había visto jugar en su natal, San José, de Andes, donde sobre todo había aprendido de honradez y decencia en el juego. Pero que sólo se atrevía a jugar con unos dados de parqués que le regaló la abuela para que no lo fueran a tumbar con dados cargados.
Se entabló la jugarreta y se regó como pólvora en Salgar la noticia de que había llegado a jugar un “marrano” con plata. Se llenó el kiosco con los perros del pueblo.
Treses de a dos pesos para usted; cuatro y uno en pinta para usted y lo que le queda en paro. Cinco, con aquel, a que gano.
Mientras se persigna un ñato los “peló” a todos, les dio el pésame por la mala suerte que habían tenido y prometió volver a darles desquite.
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Desamarró la mula, montó en ella, y antes de que cayeran en cuenta de lo que les había pasado, salió al trote, calle abajo.
Para celebrar la moñona, amarró la mula en las rejas de la ventana de una cantina en Salgar Viejo, sobre la carretera principal. A la vista de Dios y todo el mundo como decía mi mamá, y decidió entrar a tomarse el último.
En la cantina encontró nada menos que a la “Tete Caucho”, mujer famosa por lo pródiga en caricias. Así llamada porque en una pelea le habían cortado “Una” con una peinilla, y para elevar el brassier utilizaba media pelota de letras. (Recuerden que no existía o al menos no se conocía la silicona).
Baile aquí y brinde allá. Y se prolongó el encuentro bajo el amparo de Baco.
Unos campesinos que pasaron, a la madrugada siguiente para La Clara, enteraron al padre Roldán del lugar maldito donde estaba amarrada la mula.
Conocedor el cura de que su sobrino sólo a él le entregaría el preciado animal, corrió a retirarla de tan peligroso sitio.
Desamarró el reverendo la mula y salió cabizbajo a montarse, resguardado de las curiosas miradas; pero con tan mala suerte que en ese momento pasaba un camión tipo escalera con un paseo de las Madres Católicas de Salgar que iban a comerse un fiambre en La Higuerona.
—¡Adiós, padre Roldán! —le gritaron todas a una.
El Padre se detuvo, se rascó la cabeza, pensó un momento, y volvió a amarrar la mula.
La dama que salió, cuando el padre tocó la puerta, de la no santa casa, le dijo que no fuera a decirle nada a ese señor Malasombra, que estaba muy borracho y muy grosero.
—¡Cuál borracho, y cuál grosero! ¡Llámeme otra puta!, que ahora estamos echados los dos.
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EL ROLDAN BANK DE SANTA RITA.

Es Santa Rita, hoy corregimiento del Municipio de Andes en el Suroeste Antioqueño, un viejo caserío. Su antigüedad se debe al hecho de qué a las ricas minas de oro de sus montañas, llegaron a asentarse temprano exploradores provenientes del Viejo Caldas. Debemos saber que su principal mina llamada La Soledad, está a menos de dos jornadas en mula de las de Marmato.
Ya había sido importante en épocas precolombinas y de la colonización, por su fuente de agua salada, en tiempos en que la sal de mar era un recurso lejano, costoso y de mala calidad.
Pero lo que hoy es un importante pueblo productor de café de excelente calidad, estuvo a punto de ser un Wall Street de la montaña. Gracias a la visión del Padre Roldán para la banca.
Espérense les cuento. ¡Por una teta no fue vaca!
Transcurrido buen tiempo oficiando como párroco de esa pobre aldea y aburrido el buen padre con los bajos recaudos en los servicios parroquiales, resolvió fundar un banco. El Banco Parroquial.
Los ingresos por cuenta de la vieja hidroeléctrica, de los cuales se había apropiado, gracias a la desidia de la administración municipal de Andes, ya eran insuficientes, debido a que esta generaba, un día no y al siguiente tampoco. Pues Joaquín Velásquez, el electricista de la cabecera municipal, aburrido por el incumplimiento del cura con el pago de viejas cuentas de reparación, había dejado de atender la planta a pesar de las amenazas de excomunión.
A la ponchera de las misas dominicales, no caía suficiente limosna para taparle el fondo, la mayoría de monedas que llegaban eran de centavo y de dos, que las descargaban los feligreses para quitarse de encima al sacristán que no dejaba de sonar el utensilio hasta que no depositaran algo. Recuerden que las poncheras eran de aluminio, para despertar a los que se hacían los dormidos, para hacerle “conejo” al curita.
De las salves y misas en las veredas, ni se diga: se salían del prelado con un sancocho de gallina y una copa de vino Cinzano con galleticas dulces.
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El último San Isidro sí llenó la taza: una vaca orinando sangre, que regaló “Pategato”; un ternero huérfano, peludo y lleno de garrapatas, donado por “Lipe” Arias; cuatro gallinas flacas y culecas; tres puchas de frijol picado de gorgojo y unos bulticos de pasilla de la peor calidad.
Para acallar los reclamos que hacía el reverendo por el altoparlante parroquial, salió a circular un panfleto explicando que la plata estaba muy difícil de conseguir, para darle a un curita con qué sostener la moza. Que así bautizaron los malpensados parroquianos a la abnegada niña que lo acompañaba día y noche.
Resolvió entonces, como ya dijimos, fundar un banco. Mantenía muy fresco en su mente el recuerdo de sus ambiciosos años mozos, viendo a don Julio Vélez, “Marañas” y otros ricos de Andes, entrar con costalados de plata, a depositarlos en el banco de don Fernando González. Y a este pasearse ufano, de chaleco, saco, leontina y peinado con gomina La Lechuga, saludando de cortés venia a todos los transeúntes. Sarmiento Angulo y Julio Mario Santodomingo tienen pecueca al lado de mi noble y elegante paisano.
Empezó el curita por proponerles a los campesinos que para evitarles el viaje a Andes a vender sus productos, el Banco se los compraría a precio justo.
A cambio, entonces, de café, frijoles, ganado y maderas, empezó a entregar un vale de circulación local, nada menos que con el sello parroquial.
Poco se movía el negocio, hasta que se le ocurrió a nuestro aventajado pastor la brillante idea de poner en manos de una anciana un billete falso de dos pesos. Señora que lloró por todo el villorrio la desgracia de quedarse sin mercado por culpa de los timadores. Con la disculpa de evitar engaños de esa índole, prohibió el pastor de almas, en toda la jurisdicción de Santa Rita la circulación de moneda nacional, bajo amenaza de excomunión.
Más tarde se supo que el billete lo consiguió en Andes con el “non santo” “Mocho” Arcila con la supuesta buena intención de enseñarles a esos montañeros a reconocerlos.
Todo muy bien. Los tenderos de Santa Rita entregaban los mercados a cambio de los acreditados vales, luego los utilizaban en Andes para surtir de nuevo y el padre gerente del banco, los recogía con los productos del campo que enviaba a don Pedro Luis Arenas.
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Acumular vales del padre se volvió una obsesión. Acostumbrados a ahorrar debajo del colchón, se sentían muy seguros con el nuevo sistema. A los pocos remisos los atrajo con los excelentes precios pagados por sus productos.
Don Hernando Jaramillo, viejo aserrador de la región, cultivador de frijol y arriero, es decir, curtido en todos los oficios de los paisas de su época, con un buen fajo de vales acumulado, se antojó de una finca en tierra caliente, de lo cual puso conocimiento al cura gerente. Ya no estaban sus huesos para las tierras frías de Santa Inés y quería dedicarse a la vida más cómoda que le ofrecía la ganadería.
Sabiendo el curita el enorme retiro de dinero que le tocaría cubrir, se derramó en advertencias sobre los peligros de la vida en tierra caliente. Todo allá era malo: la abundancia de liberales, el zancudo y su efecto el paludismo, pero sobre todo ¿cómo se le ocurría arriesgarse educar su familia en un ambiente de “manzanillos”, que era la peor maleza de las tierras calientes? ¿Que si se le había metido el diablo?
Pero ya don Hernando estaba decidido y salió para Hispania, donde hay más comisionistas que en la Bolsa de Nueva York, y pronto lo pusieron en contacto con un finquero interesado en vender.
Convenido el precio de la finca con don “Pepe” Avendaño, sacó don Hernando de su carriel un fajo de vales del banco parroquial de Santa Rita para realizar el pago. De manera muy respetuosa, pero socarrona y de común acuerdo con Eloy Cortez, el comisionista, convencieron a don Hernando de que a pesar de la “buena procedencia” de los vales, para estos pueblos liberales no era suficiente el aval de la parroquia y su circulación allí no era fácil. Pidió nuestro inocente comprador que lo esperaran y que no fueran a venderle la finca a ningún otro. Que la demora era ir a Santa Rita y volver con la plata.
Precavido el animado comprador, para no sorprender al padre, se fue a avisarle desde la cabina telefónica, donde “Yayita”, después de darle quinientas vueltas al teléfono de magneto, logró ponerlo en contacto con el cura gerente.
—¡Véngase tranquilo por su plata, don Hernando! Aquí se la tengo, a ver si esos impíos empiezan a creer en nosotros.
De inmediato y a la salida de la cabina telefónica, regó el cura el cuento de que la llamada había sido del señor el Obispo de Jericó, que le consiguieran dos mulas ligeras y dos
                                                                                                                                                          26
de carga por si era un traslado. Que le dijeran a don Hernando que en dos días regresaba y que no se preocupara por su plata.
Llegó de noche a dormir a Jardín en una pensión de las afueras. Al día siguiente de paso por Jericó a abordar el tren en La Pobre, le pidió dispensa al obispo para viajar a Roma a profundizar en Teología y Fe Cristiana.
Los enemigos de la Iglesia lo tenían muy acosado y amenazado de muerte.
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EMANUEL Y LOS JUEGOS SAGRADOS.

—A mí me “dicta” la milicia —contestaban los jóvenes pueblerinos cuando se les indagaba acerca de su futuro. Manifestando así, que querían hacer parte de nuestras gloriosas Fuerzas Armadas.
A Emanuel desde chiquito lo que le gustó fue la malicia. Se colaba, entonces, (pues era prohibido para menores de edad), en cantinas, garitas (dedicadas al juego), bailes, parrandas, y hasta se volaba para “la zona de tolerancia “, a donde las mujeres de vida alegre.
Se sentía pleno en las jugarretas de dado y en todo lo que fuera juegos de azar, especialmente en las fiestas anuales, que con cualquier disculpa se celebraban en todos nuestros pueblos; en las carreras de caballos, en las cuales se ofrecía voluntario como palafrenero, con tal de estar cerca a los protagonistas de tan fantástico mundo, dominado entonces por quienes llegaron a ser leyenda en las justas equinas del Suroeste antioqueño: Alberto Restrepo “El Porcelano”, y Arturo Vargas.
Aprendió toda la “perrería”, palabra que abarca todo lo malo que se puede hacer, sin caer en las garras del código penal: cambiar, esconder o marcar una carta, lanzar o saber quién estaba jugando con dados cargados, calzar mal un gallo, para que perdiera la riña, frenar el caballo que no debía ganar, en fin, todo lo que diera alguna ventaja en todas estas “non sanctas” actividades en que se desenvolvía nuestro hombre.
Así se levantó y escogió como profesión una que no reñía en nada con sus aficiones, más bien le servía de plataforma de lanzamiento. Se auto graduó como negociante, especializado en semovientes, especialmente equinos.
Pasó sus primeros años de vida económica usando grandes sombreros en las ferias mensuales, comprando, vendiendo, cambiando cualquier clase de “guelengue”, por lo que fuera. Recibiendo en pago cualquier otro, con tal de que le sobrara algo para el transporte y los viáticos.
Se pasaba en fincas comprando saldos de raques caducos, desdentados, lunancos, con peladuras, llagas, gomosos, descalentados, táparos viejos, oficio que lo convirtió en socio necesario, para finqueros ricos de la región, que encontraron en Emanuel, el camino para salir
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de toda esa clase de estorbos, pero que además como sabían lo avispado que era, se entretenían tratando de salirle adelante.
En sus ratos de ocio, que no fueron pocos, se dedicó a las apuestas y apostó a todo: a la cara y sello por ejemplo, a la raya, juego consistente en tirar una bola de cristal, una piedra o una moneda, en el cual ganaba aquel que había lanzado el objeto que quedaba más cerca de la raya y que terminaba siempre en una seria disputa, originada en que no se ponían de acuerdo en una de las mediciones.
En las elecciones, apostó siempre grandes sumas a uno u otro candidato, actividad en la cual, muchas veces, el corazón le jugó malas pasadas al bolsillo, pues se inclinó a apostar haciendo caso a sus odios o a sus amores.
Cuando empezó como empresario en carreras de caballos, es decir, cuando actuaba como propietario de uno de ellos, los principales esfuerzos de sus acompañantes consistían en saber a cuál caballo apostaría Emanuel sus recursos, pues sabían que no tenía ningún inconveniente en apuntarse en el bando contrario.
En una ocasión, después de varios días de beber, trasnochar y aguantar hambre, llegó a la estación de gasolina de Salgar a buscar dormida. En las fiestas de pueblo rápidamente se llenaban las camas sobrantes y “cualquier hueco se convertía en trinchera”. El celador le ofreció dormida en una banca del camión escalera, que a la madrugada saldría para el Concilio, pero, además, le ofreció seguridad.
Se despertó cuando encendieron el vehículo, sin zapatos ni sombrero. Arrancó de nuevo para la plaza, y un amigo carnicero le prestó recursos para adquirir nuevos atuendos y algo más para echar unas paraditas de dado a ver si se “encababa”.
Preguntó dónde era “la movida”, es decir dónde estaba el juego de dado, e inmediatamente le contestaron que toda “la perramenta”, estaba en la sacristía “tahuriando” con el padre Agustín, e inmediatamente se dirigió hacia allá.
Rodeados de sagradas imágenes, cuadros de vírgenes, sotanas, crucifijos, copones, cálices, camándulas, biblias, en fin, de toda la clase de objetos que componen la parafernalia religiosa, estaba lo “más granado” de los diestros en tirar a rodar “las muelas de Santa Apolonia”, con “Mundo” y “Pelusa” González Toro, como tahúres anfitriones y el reverendo padre presidiendo.
                                                                                                                                                               29
No puedo dejar pasar en blanco a “Mundo” y a “Pelusa”, pues se merecen varios renglones. Cuando todos los “magos del Management y los Business” nos quebrábamos la cabeza convenciendo al mundo sobre las bondades de la focalización y la especialización, ya estos dos hermanos, hijos de Sacramento y Honorata, de la estirpe de Garrapato, lo habían adoptado. Su único oficio en la vida fueron los juegos de suerte y azar. No se dejaron tentar por las veleidades del trabajo, nunca quisieron probar el sudor en carne propia y de esa conducta nunca se apartaron ni un milímetro.
En la sacristía, dados van y dados vienen. Dele a treces de cincuenta, cien a que gano, restos con usted, hágale a esto en pinta. Una delicia, la maravilla.
Hasta que entró el sacristán y dijo:
—Padre Agustín, voy a empezar a arreglar el altar para la misa de seis.
—¡Unos! Vea, ya me hizo caer este hijueputa. Váyase, váyase, a ver si me desquito.
Al ratico:
—Padre, son las seis y la iglesia está llena.
—¡Cuatros! Vea, este pendejo me va a hacer pelar. ¡Dígales que ya voy!
—Van a ser las seis y media.
—¿Qué les digo, padre?
—¡Otra vez, hombre!
—Dos y uno.
—Que si tienen mucho afán que se vayan.
—Padre, son las siete y quedan cinco señoras.
—¡Que se vayan a repartir desayuno esas chismosas, y cierre la Iglesia, pero no vuelva a entrar porque me tiene salado!
Efectivamente, se cerró la sagrada puerta. Cuando sonó el roñoso picaporte, señal inequívoca de tranquilidad absoluta, cogió el reverendo los dados con la mano derecha en puño, barrió la mesa hacia afuera con la izquierda para “botar las malas”, besó y alzó los dados y se los encomendó al Altísimo.
Sólo se volvió a abrir el sacro recinto para que los salgareños vieran salir a un grupo de rabones y cabizbajos jugadores.
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Se consumó el sacrificio. Después de una larga serie de suertes, los dejó el padre Agustín “como culo de Angelito” y cuando le reclamaron que les diera desquite, ordenó al sacristán que echara esa pila de ladrones o llamara a la policía para que los sacara.
—¡Impíos, indignos de pisar la casa de Dios!
                                                                                                                                                               31
FMI. ESCÁNDALO INTERNACIONAL A LO PAISA

Señor
José María Jaramillo Botero
Excelentísimo
Señor Embajador De Pácora, Caldas
Paris, Francia

Mirá, Chepe, en las que andamos:
Cómo te parece que hace más de un mes, sacamos la plata de la “natillera”, que es como llamamos los pobres a nuestro fondo de ahorro, FMI, es su nombre, (Filadelfia, Manizales, Irrá). La teníamos debajo del colchón, porque eso sí, nosotros de ninguna manera pagamos el tal cuatro por mil. Mandamos a “Mingo “, el administrador, para el extranjero, a comprar los regalos del día de la madre. Porque aquí, ni comprándolos en el “Hueco “, que es donde compramos los pobres, nos alcanzaba.
Y lea lo que pasó: Me llamó de Francia y no le pude entender ni en qué pueblo andaba.
Que llegó, a Nueva York, se bajó de la línea y corrió para un almacén Wallmart grandísimo, que montó un montañero de allá, que ni juntando todas las cacharrerías de Manizales hacen una como esa.
Y empezó a echarle cosas a ese costal: diademas, chanclas, sostenes de todos los tamaños, en fin. Vos sabes cómo somos los montañeros. De todo lo que se antojó. Y a pesar de lo avispado y entendido para los números, cuando pagó, se quedó casi pelado, es decir, sin cinco para viáticos para regresar.
Se fue a rebuscar una dormida barata, donde le entendieran para pedir rebaja.
Llegó a la pensión de una tal Rosa, dizque nacida en Cañasgordas. Le llegó muy lambón y zalamero. Pero nada. Por siete mil pesos, ¡vea!, y le hizo “pistola”. A dormir en la pieza de la “dentrodera”.
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Como no había sino una cobija para los dos y la vieja no lo dejaba arrimar, destapó una botella de Aguardiente Antioqueño tapa roja que le quedaba, para el frio. La mujer siempre le alcanzó a recibir como tres tragos y conversaron hasta que se quedaron dormidos.
Como “Mingo” sufre de la próstata, despertó muy ligero, se terció al hombro el costal con los regalos y se dirigió a la flota. No vio a nadie por ahí, se subió en el capacete de un camión de escalera, se tapó con una estera y se quedó dormido.
Pobre hombre. Cuando despertó, estaba Rosa con dos policías, un tacón en la mano, el pelo medio cogido con un pedazo de cabuya, acabada de levantar y pidiéndole a esos policías que lo detuvieran, porque había violado a la señorita del servicio.
“Mingo” al principio parecía estar en un guayabo con “delirium tremens”. Acuérdate de “Efe” Gómez. ¿Cuál violado? ¡Si está más rota que la bandera de Palo Negro!, se bregó a defender “Mingo”.
¡Cómo es de boba, Rosa! Si se pone a denunciar, que era que se le había “conejiado” una dormida de míseros siete mil pesos, ahí mismo lo hubieran soltado. Igual que aquí en Colombia. ¡Delito de menor cuantía!
Y como esos místeres no le entendían nada, se puso a hacer gestos para explicar lo de la violación. ¡Que si la hubiéramos visto!
—¡Nada!, decía Rosa, regada. Que chupe por ladrón, para la guandoca con ese violador.
Pues sí, ordenaron examinar a “Mingo” y claro, al otro día, de casi una botella de aguardiente tapa roja, cualquiera da “positivo”. Por eso la propaganda: “Aguardiente Antioqueño, sabe sabroso y hace sabroso”.
Mingo es muy “carretudo”, se crio por aquí de “culebrero” y con esa cara de bobo que tiene, te digo que embolata un duende. Dejó decomisados los regalos en la permanencia y cogió el primer camión que salía. Disque fue a parar a Francia y de allá me llamó.
Pero el chisme está regado. A la permanencia llegó un periodista más escandaloso que los de aquí. Para poderlo sacar en el Washington Post, Le Monde y el Times de Nueva York, le cambiaron el nombre. Ya no se llama José Domingo Estrada Cano, sino Dominique Strauss Kahn y la “natillera” Filadelfia, Manizales, Irra, ahora es el Fondo Monetario Internacional (FMI).
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El cuento está regado por todo el mundo, hasta por televisión lo sacaron. Si un chisme en español le da tres vueltas a Salamina en media hora, cómo será en tres idiomas. Le tuvimos que quitar el cargo de administrador de la “natillera”. A pesar de que no se nos llegó a descuadrar ni una sola vez.
Ya la mujer se dio cuenta y me está preguntando que a dónde le manda la ropa.
Señor embajador, yo le dije que te buscara para que le ayudaras con el pasaje de regreso. Pero ni riesgos. No lo vas a dejar venir. Consíguele un puesto donde tenga que trabajar bien poquito. Aunque sea de celador, (casi escribo senador), si aquí con tanto ladrón roncan toda la noche, cómo será por allá.
Sabes lo apoltronado y lo viejo que está, para venirse a agarrar un azadón o un canasto a coger café, que es la única “peguita” que resulta por aquí.
Posdata: si hubiera sabido que ese bobo iba a llegar por allá donde vos, te hubiera enviado, alfajores y bizcochuelos de donde las Echeverri de Pácora. Pero si te manejas bien, cuando vuelvas, te voy a invitar a desayunar con huevos al vapor en Salamina.
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JAIRO Y EL DOCTOR ARBELÁEZ.

Después de quince días de estar separados de sus esposas o mejor, desterrados de la casa, para ser más claros, salieron nuestros “angelitos” a buscar al doctor Cañas a su consultorio.
Más flacos que perro de indio, con los ojos en la trastienda, peludos, sin afeitar y con un olor, mezcla de grajo, pecueca y tufo, que se les sentía a la cuadra, querían que el respetado galeno les negociara un armisticio con las “fieras”, que era la manera como se referían a sus abnegadas esposas.
Ya no les fiaban en ninguna cantina, los “patos” en los salones de billar no los dejaban dormir haciéndoles “pesadezas” y en la zona de tolerancia, donde más que caricias acudían a buscar dormida, estaban “caídos”, es decir desprestigiados por “conejeros”.
Después de larga conversación, volvió el galeno con la noticia de que no había posibilidad de arreglo, pero qué si atendían sus recomendaciones, estaba seguro que muy rápidamente estarían disfrutando del “dulce hogar”.
Que se tomaran unos medicamentos que les iba a formular, que él se encargaba del resto.
A la media hora estaban los dos proscritos revolcándose en el piso del Café Pilsen, cagados y vomitando, mejor dicho, “de recoger con cuchara”. Inmediatamente acudieron algunos lugareños a llamar al “Mocho Arcila” que disfrutaba como nadie estas oportunidades para sonar en su Ford 48 la por todos reconocida “Sirena”.
Como pedo de loca, por la calle Tacamocho abajo. En la banca de atrás los dos moribundos. Y explico por qué los dos en la banca trasera del carro: pues, sencillamente, porque Jairo era muy pequeño. Una miniatura. A tal punto que “Lleras”, una de nuestras fuentes de “alta fidelidad”, dice que le lavaban la ropa en la licuadora.
A la llamada del hospital solicitando al médico Cañas, contestó la secretaria del consultorio que no estaba, que si era muy importante lo solicitaran por el altoparlante de la parroquia. Así que, al ruido de la escandalosa sirena, se sumó el llamado desde la casa cural solicitando un médico de manera urgente para atender dos pacientes “graves”. Señales más que suficientes para poner el villorrio que era Andes por esa época, en máxima alerta.
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Ligia “Pecosa”, enfermera del Hospital recibió a los moribundos y corrió al teléfono a “piconiar”.
—Vénganse voladas, “mijas”, para que se despidan: ¡gravísimos!
Y empezó la procesión de las dolorosas desde la “Trasera de Parra”.
Pues, digo que empezó la procesión, porque a cada paso su sumaba uno más del vecindario a acompañar estos proyectos de viudas. En el camino se encontraron al padre Betancur.
—Padre, ¿qué vamos a hacer ahora, viudas, para levantar esta parranda de buchones?
—Lo mío no es familia, sino una “tarralicera” de muchachos —decía la otra—. Me ponía a lavarle los calzoncillos a Jairo y quedaba preñada.
—Padre, usted que es santo, pídale a mi Dios y a todos allá en el Cielo que no nos abandonen en este momento tan difícil.
—¡Queríamos que dejaran el trago, pero no éste mundo!
—Porque para qué, pero buenos esposos y padres si eran.
En dos camillas los encontraron, tapados con las reconocidas sábanas blancas, premonitorias de un viaje al más allá.
Frascos de suero, bolsas de agua caliente, sondas arriba y abajo.
Era perro viejo el doctor Cañas y esperó que las atribuladas damas, cada una con una docena de “buchichorriados” pegados de la falda y también llorando, hicieran el duelo. Elevaran al cielo todas las promesas de una nueva vida, si el señor se los prestaba por más tiempo. Pero esperó especialmente a que hicieran manifestación pública de perdón y las despachó a orar a la Capilla, para encargarse él de su trabajo, es decir tratar de mantenerlos en este “Valle de lágrimas”, que es como nos referimos al mundo en trances difíciles.
Del hospital salieron nuestros dos angelitos convalecientes para sus casas. Ocho días como matronas en dieta. Calditos, purés, sopitas de arroz con pollo, coladas, caspiroletas, gelatinas, etc. Pero sobre todo amor y comprensión.
¡Una caída la puede tener cualquiera! Lo importante es reencontrar el camino del bien, como lo dijo el Padre Betancur, en la Salve de acción de gracias, por el regreso a la familia de las dos ovejas perdidas.
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Pero “vaca ladrona no olvida el portillo” o “la cabra al monte tira”, como dice el tango que tanto se repite en el café Guaticamá. Y a pesar de estar a punto de terminar la Bienal Katia, máximo homenaje del pueblo cafetero de Andes al Dios Baco, sin tomarse un trago, les tocó para su perdición, al doctor Arbeláez y Jairo, vincularse como miembros principales de la “Sociedad de Mejoras Públicas” a la comitiva de recepción del Señor Gobernador del Departamento de Antioquia por ese entonces, doctor Diego Calle Restrepo.
Y aquí fue Troya. “Se juntaron el roto y el descosido”. Muchos de ustedes conocieron el impulso que le dio “el Caratejo”, que así apodaban sus amigos al gobernador, a la Fábrica de Licores de Antioquia, haciéndole propaganda y consumiendo en todos los escenarios lo que él llamó “Anís, divino tesoro”.
Claro que no fue el señor gobernador a Andes a hacer, precisamente vigilia etílica y le tocó a los dos ilustres huéspedes “aflojar la gata”, para ponerse a tono con tan ilustre visitante. Unía a los tres el amor “al anisado”. Todavía recordamos aquello de “sabe sabroso y hace sabroso”.
Contrario a lo que pensaban, no valió como disculpa el hecho de estar acompañando a la primera autoridad del departamento, de manifestar que lo habían impresionado muy bien, que se comprometió “el Caratejo” a convertirlo en miembro del gabinete departamental, pues un reconocido jurista y líder azulejo como el doctor Arbeláez, tenía todos los méritos para una secretaría en el viejo Palacio Calibío en la Plazuela Nutibara.
Nada. No más. Muy advertidos estaban, que al primer trago volverían para la calle. Siempre llegaban con una disculpa distinta. Para acabar de ajustar el gobernador hacía ocho días se había ido.
Así que, todos los servicios les fueron cortados, no al diálogo y puerta trancada.
Cansados de estar bebiendo en la oficina con la disculpa de calmar los guayabos acumulados, resolvieron hacer lo que hoy llamaríamos un “tour etílico” por las fondas del Bosque, Puerto Boy y las Picas. Que por entonces eran prósperas abastecedoras, garitas, burdeles, galleras y todo lo de atinente a la parranda.
Tuvieron como compañero a Gerardo Correa, mejor bebedor que ellos y que estaba terminando de derrochar la plata que recibió como producto de la venta de la finca Malagana, adquirida por herencia. A quien todavía recuerdan los habitantes del Cañón del rio
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Guadualejo, en Betania, por andar con dos gallos finos peleando amarrados de sus dos largas zancas.
De regreso a Andes pararon en Campamento a tomarse “el del estribo”, pero Aristídes, que les conocía los gustos, les insinuó que no se fueran, que ya llegaban unas amigas a alegrarles el rato.
Al momento bajaron de Cuatro Esquinas, histórico burdel de Andes, unas bellas jóvenes y se armó la francachela.
A todas estas, las esposas se pasaban ufanas la vida en las mesitas de la plaza, tomando ron en pocillos de tinto, “dándole de comer al ojo” y predicando a los cuatro vientos las bondades de su nueva vida. Sin tener que lavar la ropa de las camas, el vómito de borrachos, levantarse a las tres o cuatro de la mañana a abrirles la puerta y a remolcarlos hasta la cama para que los niños no los vieran roncando en el suelo.
En fin, vida de solteras.
Pero “Picardía”, guasón viejo del pueblo, que sabía que la procesión iba por dentro y dispuesto a disfrutar “la corrida de toros” que se iba a armar, pasó a contarles “a pesar de que sabía que ya no tenían interés en ellos”, los alborotados momentos que se vivían en Campamento.
En menos de lo que se persigna un ñato, estaban montadas en el automóvil estilo “colepato” de “Mirús”, a quien le ordenaron el inmediato traslado al lugar de los hechos.
—¡Descaradas!, ¿Es que no saben que son nuestros maridos? —llegaron gritando a Campamento.
Ustedes, amigos lectores, han visto en cine bajarse un escuadrón de detectives americanos de la patrulla cuando alcanzan a los bandidos. Pues, nuestras dos amas de casa se tiraron más rápido y armadas también, pero de tacones y carteras.
Arbeláez, estaba en un taburete de cuero recostado a la pared, con Ema, reconocida “percanta” de Cuatro Esquinas, sentada en sus dos piernas. Ninguno de ustedes ha visto una cartera tan rápida y tan contundente. La pobre Ema se abrazó a su pareja y alcanzó a decir:
—¡Papi, papi, defiéndame que me va a matar esta fiera!
El doctor Arbeláez estiró con delicadeza los brazos para retirarla y de manera culta, como eran todas sus actuaciones, alcanzó a decir:
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—Bájese, bájese, ¿no ve que es mi mujer?
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LA MUERTE.

Bobadas alrededor de la muerte.
Lo tengo resuelto, cuando me muera me voy a morir en serio, es decir del todo.
Y se los voy a explicar:
En primer lugar, no me voy a quedar por ahí asustando parejitas de novios que se escondan a hacer cochinadas en los alrededores del cementerio. Cuando vayan a empezar lo mejor... —¡SUUUAZ!— Un susto bien verraco y yo muerto, pero de la risa, viéndolos correr a culo pelado.
Tampoco me pondré a esperar borrachitos en las esquinas y en los caminos más oscuros para aparecérmeles con la “pijama de madera”, para hacerles botar la botella de aguardiente y quitarles la rasca del susto, a ver si dejan el vicio.
Aguantar frío esperando todas las noches, como un celador en Sonsón, para ver quien aparece para “espantarlo”. Valiente bobada.
Que uno se muriera como Juan Vélez, el espanto de Concordia, con mula negra y perro grande, para salir a asustar bien “enfierrado”: asentarle las espuelas a la mula a media noche, en un campamento guerrillero, arrastrar y poner a rechinar las cadenas con esa fiera de perro ladrando y clavándole los colmillos en el culo a todos esos sinvergüenzas.
Alumbrando entierros… menos... harta lidia que da conseguir plata para enterrar, y salir de “culipronto” a mostrársela a todos esos vagos que esperan sentados todo el año que los Viernes Santos les pongamos una lucecita donde tenemos la “cata” para sacarla y correr a bebérsela… Que la consigan sudando.
No me llama la atención eso de hacer milagros. ¡Con lo fácil que es! Vean la Madre Laura, ya santa y todo, toda la prensa que ha mojado y no ha hecho sino uno.
Y los milagros que piden:
Arreglar el matrimonio entre un borracho y una vieja loca.
O convencer al “Zarco” Arístides de que esa niña negrita y de pelo crespo es su hija.
Ajuiciar marihuaneros.
Hacer que un marido extraviado regrese al corral.
Ayudarle a coronar viajes a los “traquetos”.
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Conseguirle campeonatos al DIM.
Aconductar al “Tino” Asprilla.
En fin, cuanta bobada se les ocurre, cuál de todas más difícil.
¡Muy fácil!... Y con lo que pagan…: cinco padrenuestros, tres veladoras y dos mil pesos para la alcancía.
Tampoco buscar señoras que estén “andoniando” para jalarles las patas a ver si “componen el caminado “.
No voy a contestar llamadas; menos si es a cobrar. Si lo mejor de uno morirse es que queda a paz y salvo hasta con el “patas”. Pero advierto esto porque conozco mucho charlatán que se la pasa buscando viudas y acreedores para quitarles plata con el cuento de hacer comparecer el difunto. Dizque lo van a invocar para que aparezca y hacerle unas preguntas bien verracas. Uno bien muerto ¿qué llamadas va a contestar?
Eso en el más acá, porque en el más allá es peor. ¿Cómo les parece?
Para el cielo, ¡valiente gracia!: San Pedro bien ocupado en esa portería atajando para que no se le vayan a pasar putas disfrazadas de monjitas, o secuestradores con tonsura y de camándula en mano.
“Chuchito”, hasta bien formal que es y harto que nos invitó cuando vino a Belén, pero ni hablar… con todos los milagros y pendejadas que le pide la gente se mantiene más ocupado que el expresidente Uribe.
—Tal vez a buscar a mi mamá pero, ¿quién la va a encontrar?
—Rezando entre todas esas viejas.
—¿Cómo estará de feliz, con la gana que tenía de irse para allá?
De mi papá… ni hablar. Yo creo que se murió del todo como quiero yo. Porque nada más se supo de él. Ni un espantico siquiera. ¡Con esa seriedad que se mandaba para ponerse a bobear con espantos!
Tocaría ponernos a abrir la boca mirando las once mil vírgenes haciendo carrizo y “matando” el ojo, que es la trampa que les ponen en el Cielo a los bobos a ver si los hacen caer en tentación para mandarlos inmediatamente para los infiernos.
O en los infiernos, que parece ser lo mejorcito, porque para allá se han ido los más animados. Pero, ¡qué va!... Uno esperando a que refresque un poquito a ver si se aparece
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Marilyn Monroe con una minifalda y un escote bien insinuante, aunque sea solamente a tirar piquitos con la mano. O que Aristóteles Onassis nos invite a dar una vueltecita en el yate o que se arme una jugarreta de dado bien “alentada”.
Cuando en esas salga Satanás gritando:
—¡Atice, fogonero, que nos vamos a resfriar! —y otra vez todos a sudar y los gorditos a traquear como chicharrón en manteca caliente.
Para el Limbo…Qué pereza, ¡sin nada que hacer! Si es verraco un día vagando... cómo será uno desocupado toda una eternidad. Ah, y para acabar de ajustar esa cantidad de niños chillando, pues para allá disque mandan a los que se mueren sin bautizar, según nos enseñó el padre Roldán.
Voy entonces a tratar de cumplir este contrato a noventa años que tengo. Hasta por cierto que el que lo firmó fue mi papá, porque yo estaba muy chiquito. Pero eso sí… ¡Ni un día más!... A no ser que me pinten un partido más alentado.
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MALASOMBRA EN LA VEGA DEL INGLÉS.

Apareció en Peque, olvidado pueblo del occidente de Antioquia, por allá por los años sesenta del siglo XX, un extraño personaje: sombrero gardeliano, vestido de paño de origen inglés; corbata y pisa-corbata, mancornas y reloj con leontina, amén de zapatillas de charol.
Con mucha elegancia y a la manera de los dignatarios de las altas cortes, llevaba en su mano derecha, apretado a su cuerpo, uno de esos códigos que en Colombia abundan. Salía de la única pensión de la plaza y se dirigía, rodeado de la algarabía de los muchachos de la escuela y abrazado por el bobo del pueblo, que no lo dejaba zafar, a la alcaldía, adonde llegó a tomar posesión del importante cargo de inspector del corregimiento de la Vega del Inglés.
Cuando el señor alcalde le preguntó acerca de la elegante indumentaria, innecesaria en tierra de gente humilde, respondió que era su primer cargo en la administración pública, que se preparaba para altas dignidades y que la primera impresión era la que valía.
Nuestra historia empezó en una de las oficinas del viejo palacio de Calibío de la ciudad de Medellín, a donde acudía diariamente, el ahora inspector, a reclamar que el gobernador le premiara su abolengo y merito político nombrándolo en un cargo.
Se disculpó el señor gobernador por medio de un subalterno, de lo retirado, lo pobre y lo desconocido del lugar de trabajo, argumentando que le recomendaba empezar en ese sencillo caserío, dada la poca experiencia para esos menesteres del nuevo funcionario, a quien no quería quemar con un cargo complicado, pues lo tenía destinado para grandes cosas. Y le recomendó aprovechar al máximo este retiro para estudiar.
Pensando que Abraham Lincoln y Marco Fidel Suárez, también empezaron de cero, se consoló nuestro inspector.
Le manifestó el emisario del gobernador, que tanto lo apreciaba su nuevo jefe, que lo autorizaba para conseguir un secretario de inspección a su amaño y de su entera confianza, por no decirle que nadie se le había querido apuntar a ese poco halagador cargo.
Después de perder quince días ofreciéndole la tal secretaría a cuanto perro o gato se encontraba, terminó el inspector por aceptar la recomendación del “Mono Pequillo”, conocedor como el que más de todos los vagos procedentes de Andes que vivían en Medellín.
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Aseguraba “Pequillo”, que el único que de pronto se resignaba a viajar a ese destierro era Malasombra. Quien de paso era liberal, condición necesaria para cumplir con el requisito de la paridad política, obligatoria en esos tiempos de Frente Nacional.
Malasombra, por ese entonces era un montañero aventajado en el conocimiento de los vericuetos y marrullas de la “Tacita de Plata”, y como tal estaba dedicado a atender a cuanto “uñiparado” con plata que aparecía, con la disculpa de protegerlo de ladrones y demás peligros que amenazaban en la Bella Villa. Los asesoraba en inversiones, ya fuera en vehículos, casas, edificios, negocios, en las cuales se jactaba de ser el más versado y por lo cual recibía merecidas comisiones.
De paso, se bebía al feligrés en los mejores sitios de la ciudad, tales como La Curva del Bosque, Las Camelias y la casa de “Marta Pintuco”. Si la víctima tenía buenos fondos, se hacía acreedor a un paseo a jugar dado a La Raya, donde Malasombra tenía unos amigos “muy honrados”. De allí salía el pobre montañero, limpio como culo de angelito y listo para volver a la provincia de origen.
Pocos alcanzaron la dignidad de asistir a gallos en Cantaclaro, pues este lugar estaba destinado a la “crema y nata” de Medellín, para lo cual, el honorífico título, de hijo del olvidado pueblito de San José de Andes, que ostentaba el comisionista, le ayudaba poco.
No fue fácil para el inspector convencer a Malasombra para que lo acompañara. Hubo necesidad de acudir a todo tipo de argumentos: de parentesco, de amistad, de paisanaje; pero además de conveniencia: si el inspector llegaba a ser alcalde, el secretario lo sería de gobierno municipal, para envidia de los patos de los bares más encopetados del viejo Medellín: San Fernando, Morabar, Ganadero y La Bastilla. Se comprometió además a que el sueldo lo partirían en iguales cantidades.
Le hizo caer en la cuenta, también como en el negocio de atender montaraces, le habían puesto una seria competencia, “El Pájaro Azul”, Bernardo Herrera y “Millón y Medio”. Paisanos suyos más embaucadores, mejor relacionados, pero, sobre todo, se lo llevaban en los cachos con su vestimenta a lo Dandy, con la cual mandaban la parada en elegancia, en la Medellín de la época.
Malasombra sacó toda su artillería, para tratar de evitar el destierro: que eso quedaba tres jornadas a pie más allá de la Puta Mierda, que los micos se morían de aburrición; pero
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especialmente, que no podía suspender un tratamiento para una enfermedad que sufría en las partes nobles, adquirida por usarlas en sitios vulgares, la cual ya le había hecho acreedor al cariño de todas las enfermeras y médicos del Instituto Profiláctico de Antioquia. Donde además, el señor director lo esperaba diariamente para invitarlo a tomar tinto y disfrutar de la agradable conversación de nuestro protagonista.
A esto último le respondieron el inspector y sus amigos que precisamente la Vega del Inglés, a falta de damiselas, seria propicia, para una cura definitiva.
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De todas maneras, sin saber qué inclinó la balanza en favor del viaje, una lluviosa noche resultaron los dos personajes en un camión de escalera que los descargó en Uramita, al noroccidente del departamento de Antioquia.
Se enrolaron en una caravana hasta Juntas, a donde llegó Malasombra con los pies ampollados y llenos de peladuras, pues no se le tenían en las abarcas, a causa del pantano.
Allí se adelantó el guía, alcanzó a un arriero que ya había partido y lo convenció para que devolviera dos mulas, que llevaran a los ilustres personajes.
Entonces fue la primera discrepancia: pues Malasombra decía que si iban a ocupar una mula, con el baúl para el vestido de cachaco, que llevaba el Inspector para su posesión, él no caminaría. El problema se solucionó con prestarle la mula a la máxima autoridad solamente al hacer su ingreso al pueblo.
El resto del camino lo hizo a pie el alto funcionario, pues ni por el verraco se iba a posesionar vestido de civil, como un montañero cualquiera.
A poco andar encontraron un cuadro que parecía salido de la imaginación de Cervantes: un grupo de policías campesinos conducía hacia la Colonia Penal Agrícola de Antadó, a varios detenidos en acalorada trifulca, pues los reclusos se negaban a avanzar si no les daban más comida y los policías explicaban, que nada más podían ofrecer con veintidós centavos diarios de viáticos que el gobierno pagaba por cada uno.
Como el tenebroso bandido Félix Caldas se tiró al suelo y se negó a avanzar, lo amarraron de pies y manos, lo colgaron de una vara larga y siguieron con él, un policía adelante y otro atrás, relevando a aquel, a quien la vara pelaba los hombros.
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Así llegaron después de larga jornada: el Inspector a horcajadas encima de la enjalma y Malasombra, pegado de la cola y caminando como “Chencha” a causa de las peladuras y ampollas.
En la pesebrera del arriero pasaron nuestros dos angelitos el primer día, sobre esteras, entre enjalmas y aparejos. Acompañados de ratones y niguas, durmieron hasta bien entrado el día siguiente cuando se levantaron a tomar razón de la oficina.
Sus antecesores iban lejos, pero dejaron a una señora vecina con el inventario:
Un revolver sin tambor y una peinilla oxidada, eran las armas de dotación, una máquina de escribir vieja, una mesa con la mitad del tablero quemada, además de un cuadro muy común por la época, que representa la puerta de entrada a los infiernos, con el letrero que parecía premonitorio para la situación de nuestros amigos: perded toda esperanza.
El paso siguiente fue conseguir vivienda. Se acomodaron en una pequeña pieza con una ventana que si se abría los mataba el frio y si se cerraba se volvía insoportable por los estragos que hacía en el estómago de nuestros amigos la casi única comida del lugar: frisoles.
Ya instalados, viajó el señor inspector a tomar posesión de su cargo. Lo cual aprovechó Malasombra para conseguirse unos compinches para jugar dado y conocer los lugares de pesca de la quebrada que pasaba cerca. Esto a pesar de las múltiples recomendaciones del inspector, de que avanzara en el estudio del código, como preparación para el futuro cargo de Secretario de Gobierno Municipal.
La primera actividad de carácter oficial, que el señor inspector se propuso fue adelantar una requisa. El secretario se puso la mano en la cabeza y le dijo que cómo se le ocurría torear esos terribles bandidos que había allá. Finalmente accedió Malasombra, a adelantar la diligencia, pero le encargó al señor Inspector que se quedara en la puerta de la cantina para que no se fuera a volar ninguno, mientras él, que era experto en esos temas, adelantaba la requisa.
—¡Corra esa peinilla para atrás, que no se la vaya a ver el Inspector! —le dijo a uno—. ¡Envuelva mejor ese cuchillo que nos encartamos con ese viejo de la puerta! —le dijo al otro—. ¡Oculte ese revólver debajo de la mesa! —y así sucesivamente—. ¡Todo muy bien señor inspector, este es un pueblo de paz, ninguna novedad!
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Enterados de que en la única parte que se conseguía carne de res, era en la Colonia Penal de Antadó, procedieron a organizar visita oficial y saludo al señor director Baltazar González, de elevado y apuesto porte militar, recias y firmes convicciones políticas y costumbres conservadoras, quien de inmediato filó a todos los reclusos para rendirle homenaje a tan ilustres visitantes, pues perdonó a Malasombra su condición de “manzanillo “ liberal, dadas las calidades conservadoras del señor Inspector.
Se informaron de las dificultades de los detenidos, pues si bien producían abundante comida, la ropa era tan escasa que les tocaba salir a trabajar casi desnudos, y cuando quedaban en libertad tenían que esperar a los que ingresaban, para apoderarse de sus ropas y poder salir vestidos. Un doble cerrojo en pasos obligados, conocidos solamente por los policías campesinos, hacía imposible cualquier intento de fuga.
La visita terminó con el esperado compromiso de envío semanal de la remesa de carne, que se cumplió hasta el final, pues don Baltazar era hombre de palabra.
Rápidamente el señor inspector se dio cuenta, de que la única niña “floja de cascos” era la moza de un policía. Resolvió entonces enviarlo a Peque con el ficticio encargo de esperar el decreto que elevaba a la Vega del Inglés a la categoría de municipio. Mejor dicho, lo mandó por el “tenete allá” como decía mi tía Mirian.
El inspector se aparejó con la muchacha, pero allí también hizo valer Malasombra sus derechos. ¿Cómo la vas a dejar para vos solo?, me la dejas dos días a mí, o me largo. El señor inspector entró en “pico y placa” sexual martes y viernes.
La desgracia llegó, porque al parecer la niña se burlaba de las máximas autoridades y rápidamente, toda la población resultó contagiada de la enfermedad en las partes nobles.
Muy esperada era la visita mensual de los ilustres funcionarios a la casa de las hermanas Arango, la mejor familia del corregimiento, quienes los invitaban a tomar el algo, después de que llegaba la mulada con la remesa. Cuenta Malasombra que no daban nada, sólo vino Cinzano y galleticas de soda.
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La proximidad del paso de Monseñor Builes por el lugar era anunciada a todos los habitantes, por el retiro de vacas, caballos, marranos y gallinas de la iglesia, para su aseo. Pocos días
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después aparecía el ilustre prelado en su elegante mula, repartiendo bendiciones a unos y amenazando a los liberales si no acudían pronto a conversión.
Después de confesar a tres o cuatro feligreses, se paró el purpurado, enardecido del confesionario. ¿Cuál enfermedad en las partes nobles? ¡Aquí lo que hay es una gonorrea la verraca! Y de inmediato envió la orden a Ituango, pidiendo de urgencia una brigada de salud.
Terminó Monseñor la visita con misa solemne, amenaza de fuego eterno para los que continuaran en el pecado y la recomendación para el voto azul en la siguiente contienda electoral, si no querían ver a todo el país en el infierno por culpa de los “manzanillos”.
La brigada de salud examinó uno a uno a los feligreses y aplicó inyecciones de bismuto a todos los contagiados. Malasombra, dada la gravedad de su infección crónica, fue trasladado a Ituango, para un tratamiento de diez días.
Tan dolorosas eran las inyecciones, que todavía se le vienen las lágrimas recordándolas. Pero le curaron la enfermedad y los relinchos, de esa manera terminó siendo el hombre fiel a su mujer, que todavía es.
La aventura empezó su final cuando leyó nuestro inspector un pedazo de periódico, en los que llegaba envuelta la mercancía para la tienda de abarrotes y que nuestros dos personajes recogían juiciosamente a falta de radio y televisión para enterarse de lo que ocurría afuera de su destierro.
El país rebozaba de júbilo con el presidente Carlos Lleras Restrepo, que, golpeando con el índice derecho su reloj, mandó a dormir al país entero. Mano fuerte es lo que necesitamos, pensó nuestro funcionario.
Al regreso de su siguiente viaje a Peque, a cobrar el sueldo y muy a pesar de las reiteradas recomendaciones de beber ciencia en el código, encontró a Malasombra y sus amigos bebiendo, pero aguardiente, y jugando dado en la Inspección.
—¡Quedan todos detenidos! —exclamó.
Trató de recoger los dados, pero Malasombra lo atajó.
—No vas a tocar esos dados, viejo hijueputa, y dame mi sueldo que me largo.
Esto que oyó el Inspector y se lanzó de rodillas a abrazarlo:
—¿Cómo me vas a dejar solo si eres como mi hermano?
—¿Qué va a decir tu mamá cuando te vea llegar sin mí?
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—Levántese, deje de ser llorón, viejo contemplado.
—No me levanto de aquí, hasta que no me prometas que no vas a suspender esta carrera tan linda que llevamos.
A regañadientes y por pena de los otros compañeros de juerga, tuvo que aceptar que no se iba.
A las cuatro de la mañana del siguiente día, empezó nuestro secretario a empacar.
Conocedor el inspector de lo rascapulgas y resuelto que era Malasombra, le dijo que lo esperara a presentar la renuncia y a despedirse, que él también se iba.
Pero la recua ya salía y no hubo alternativa.
El inspector miró melancólicamente y por última vez el baúl con el vestido, y después a Malasombra. Rápidamente se le adelantó este:
—¡Deje esas “mechas” ahí! ¡Eso ya está pasado de moda! Y además… ¡Usted no va a ser alcalde en ninguna parte!

P.S.

El Inspector de marras terminó jubilado como secretario de un importante banco de Medellín.
El Secretario vive rodeado del cariño de su señora, su familia y sus amigos en un pequeño pueblo de Antioquia, a donde acuden turistas de todo el mundo a conocer al simpático personaje protagonista de tan entretenidas aventuras.
                                                                                                                                                               49
 CUENTOS DE LUCIO MARÍN.
MANUEL RAMÍREZ:
San Carlos, municipio del Sureste lejano de Antioquia, fue en sus comienzos, bodega y posada para arrieros, que se desplazaban de Puerto Nare, en el Magdalena Medio, a Medellín y viceversa. Rico en maderas, el comino la más codiciada de ellas; de sus bosques salió mucha para las traviesas de las primeras líneas de los Ferrocarriles Nacionales y para construcción y ebanistería de todo el país.
Puede considerarse, además, junto con San Luis, la primera avanzada de los habitantes del Valle de San Nicolás y Marinilla en el Magdalena Medio.
Las bodegas, el transporte en bueyes, el comercio y la ganadería permitieron la acumulación de riqueza necesaria para la cimentación de un municipio próspero y pacífico.
Pero como he dicho siempre: “a los paisas viejos debieron de haberlos capado”, vino una generación de hijos calaveras que se dedicó a “vivir del impulso”, a consumir la riqueza acumulada con el sudor y la verraquera de los viejos, de todas las formas posibles.
Se dedicaron, pues, en su juventud, quienes más adelante serían aventajados empresarios en otras regiones, a la parranda, las riñas de gallo, las cabalgatas, el juego de dado, el baile y las serenatas, de cuyo guayabo se curaban bañándose en sus hermosos charcos, acompañados del infaltable sancocho de gallina y el aguardiente.
Pero “Chucho”, que parece que fuera envidioso o que los quería castigar, mandó la guerrilla a que los expulsara de ese paraíso. No lo quiso hacer personalmente como a Adán y Eva porque eso todavía se lo sacan en cara.
También es justo decir qué, por sus condiciones climáticas y baja calidad de sus suelos, vinieron después de agotadas sus maderas y descuajados y quemados los bosques, una agricultura y ganadería de muy pobres resultados.
De todas maneras, fueron desfilando “Toño” Restrepo, Lucio Marín, “Muñeco” (Abrahán García) los hermanos Alfonso, Jesús y Manuel Ramírez, Carlos Guarín y los Parra, con Julio a la cabeza.
Cuando los Parra salieron, se comentó que dejaron un vacío inmenso en el pueblo. ¡Pues, claro, si eran como mil y la mama!
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“Toño”, montañero de más salida y graduado como arriero de mulas, se estableció en El Jardín, hoy corregimiento de Cáceres, en el Bajo Cauca Antioqueño y se “encabó” arrastrando maderas, especialmente estacones para las fincas, que los ganaderos antioqueños empezaban a abrir, estimulados por la apertura de la carretera a la Costa, la novedosa yaraguá Uribe y la candela.
Pronto Toño consiguió coteja, para su estadía en esas lejanas tierras. Lo encantó con su “labia” Jorge Mejía, que lo entretenía con las historias aprendidas en su activa juventud en el Suroeste Antioqueño.
Desterrado “El Negro”, como también lo llamaban, de Ciudad Bolívar, porque después de la “machacada” que “Papineda” le pegó en el “barrio” o zona de tolerancia, no se aguantó las burlas de todos los patos, encabezados por el inolvidable “Grillín”, (Julio Martín Uribe) que en agradables versos narró el convulsionado episodio.
Era Jorge, “El Negro” un excelente conversador, amplio, generoso, manirroto, dice “Toño” y, muy atento, especialmente como anfitrión.
Juntos en la finca Dinamarca, que compraron en compañía, organizaron la acogedora embajada de los paisas en el Bajo Cauca.
Tan amigo de la despensa y nevera llenas era Jorge, que en alguna ocasión un amigo que lo iba a visitar, le preguntó por lo que le hacía falta. Tráete un tocinito, hombre, para que hagamos chicharrones, le contestó Jorge. Conocedor Rodrigo Restrepo de lo exagerado que era su paisano, compró en Valdivia un canal entero de cerdo. Cuando llegó se lo mostró a su anfitrión y este le contestó:
—Por fin estás aprendiendo a comprar carne.
Tras las huellas de Toño, llegaron muchos de los desplazados de San Carlos y de otras partes. “La Pequeña Lulú”, Alberto Peláez, Efrén Montoya, Carlos Uribe y muchos más. Pero allá también les llegó la delincuencia y después de “torearla” muchos años, viven hoy su retiro, recordando sus buenos tiempos en los “tintiaderos de Medellín”, en agradables tertulias presididas por el patriarcal “Toño”, que con la edad cogió carita de yonofuí.
Cuenta Lucio que en alguna ocasión estaba Manuel Ramírez con su padre Luis, en la carnicería de la plaza y llegó un campesino a ofrecerle unos marranos gordos que tenía en El
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Jordán. Descartó el viejo el negocio, explicando que ese puerto sobre el Samaná, quedaba muy lejos y a su edad no estaba para esos trotes.
Esto que oye el vástago e inmediatamente se ofrece para esa tarea. El los compraría baratos y personalmente los traería.
Antes de cerrar la carnicería sacó don Luis del bolsillo del ensangrentado delantal y le entregó a éste hijo, que se ofrecía como soporte de su vejez, trescientos arrugados pesos.
Camino a la casa se encontró Manuel a Lucio Marín, quien lo invitó a un aguardiente y… “eso fuimos en esta vida”. A las once de la noche después de llevar serenata, cayó en cuenta Manuel del “hueco” que le había hecho al “principal” y armó el plan.
—¡Préstame Lucio, el caballo de tu papá que con este guayabo no soy capaz de ir a pie!
Sacó Lucio el cabezal y en la manga, pequeño potrero urbano, que todo rico de pueblo de esa época debía tener, cogieron el caballo. La madre de Lucio les armó cena, para que no fueran a pasar trabajos y salieron los dos montados. Manuel pidió la silla para el viaje de ida. Quería viajar cómodo, pues al regreso le tocaba arriar los marranos.
Con las riendas del caballo en la mano, cambió Manuel de rumbo y se dirigió al paraje El Chocó, donde tres horas más tarde cogió una escalera para Medellín, dejando a Lucio con la única alternativa de regresarse solo en el caballo.
¡Ojitos que te vuelvan a ver! El cómplice del delito llegó a San Carlos con el compromiso de no contar el camino que había cogido el ahora prófugo.
Pero todo se sabe en la Viña del Señor y pronto llegó a San Carlos la noticia de que Manuel estaba muy bien instalado, en un restaurante que había comprado y “pisado” con lo que le sobró de la beba. Se consiguió una moza y puso a trabajar un paisano “descolocado” como cocinero.
Con todo el que salía para Medellín le mandaba razón don Luis, el defraudado padre, a Manuel el prófugo, que no se fuera a aparecer por el pueblo que ya le había quitado el apellido y estaba desheredado.
Rápidamente, la salud del decepcionado anciano se deterioró, y cayó a la cama moribundo.
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Temerosas las hijas de que su padre fuera a morir en pecado mortal de ira, lo que lo tiraría “ipso facto” a la “paila mocha “, le preguntaron al viejo que si mandaban por Manuel para que lo perdonara y le diera la bendición. Después de la “extremaunción” y “los santos óleos”, era lo único que las hijas veían como obstáculo para la entrada al Cielo de éste que sería un nuevo San Luis.
—¡Que venga —contestó el agonizante anciano —pero con la condición de que traiga los trescientos pesos para que pague siquiera mi entierro!
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MI TOCAYO
Vos no sabés, hombre Julián, el estado de conmoción en que me encuentro desde que supe que hay otro pobre feligrés haciendo “tránsito por esta vida mortal”, con el apodo, alias, sobrenombre o remoquete de Benicio Humberto de apellido Uribe. Lógico esto último, pues sólo en familia de locos se usan “pesadezas” como esta, de espetar a los recién nacidos con un nombre así, qué, para acabar de ajustar, debemos cargar toda la vida como pesada cruz.
No somos muchos los benicios, mejor, somos muy pocos. No porque sean muy escasos los padres irresponsables que se les ocurra bautizarnos así, sino que la mayoría se mueren, se vuelan para “el limbo” antes de que termine la ceremonia del bautismo. Prefieren “vivir” en el anonimato de ese gélido lugar, antes que empezar el viacrucis de ser mis tocayos desde chiquitos.
Yo me escapé de morir en la pila bautismal. No sé cómo, ni me pregunte. Estaba muy chiquito, hace muchos años y no me acuerdo de nada. Nadie sabe cuánto rezaría mi mamá para que me salvara de morir, sólo por el deseo de Don Horacio, mi padre, de reemplazar el nombre del suyo, Benicio Uribe Fernández. Era muy consciente mi padre de que ningún otro en la familia se atrevería a correr ese riesgo.
Debo contarte que cuando se llega al uso de razón en estas condiciones hay que volverse muy recursivo para no morir en la maroma.
Desde que despierto, me pongo a pensar en que pendejada voy a embolatar el día para no acordarme de mi pesado lastre.
Por cuenta de esa necesidad vital he hecho de todo lo inimaginable. No te cuento porque daría para rato y no lo he escrito porque todavía estoy muy aliviado, me falta mucho por hacer y puede quedar incompleta la historia. Te digo, eso sí, que lo de Innovation, emprendimiento, creatividad y todas esas enguandas de hoy me causan hilaridad.
Mi primo Benicio Escobar Uribe, allá en las orillas del Tapartó, mantenía una despensa o cava que llaman los enólogos, llena de vino de naranja que él mismo elaboraba. Pues le gustaba tanto que no le hubiera alcanzado plata ninguna para comprarlo. Cuando le agarraba la pensadera en “aquello”, empezaba a destapar damajuanas de vino, pues se había provisto de esos envases en la casa del mencionado abuelo y su señora Emiliana, nuestros
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comunes antecesores. Cuando acababa de tomarse la cosecha y no se le había quitado la depresión, terminaba con aguardiente Antioqueño, hasta que Flor, su señora, lo tenía que devolver a punta de caldos, caspiroletas y coladas.
De la historia de mi abuelo sé muy poco, no sé si las damajuanas las vació para calmar la pena o se las tomaros todos los curitas que se mantenían donde mis tías y abuela que eran muy rezanderas.
Me cuentan que el abuelo pasó sus últimos años sentado en un taburete de cuero, en la puerta de su casa en el parque de Andes. A lo mejor pensando en el gracioso que lo malbautizó de por vida y vaticinando, que hasta en la lápida estarían grabándolo, para eterna desgracia.
Volvamos con Benicio Humberto. Deduzco que es nacido entre 1950 y 1980. Si hubiera nacido antes del cincuenta se llamaría Benicio de Jesús como yo, para garantizar que mi vida estaría consagrada al altísimo, lo cual, como después veremos, sólo he logrado a medias. Y si fuera nacido después de 1980, se llamaría Johnattan Benicio, o Jaisson Benicio.
No es viejo “Beni Humbe”, ya le estoy cogiendo confianza, debe estar “vivito y coleando” y si no se ha cambiado el nombre, (todo puede suceder), lo debemos encontrar.
Dice Silvia que fue de su “barra”, prueba inequívoca de que es un verraco y se alcanzó a criar.
Dejo desde ya montado un bloque de búsqueda, que estoy seguro será exitoso, y ayudemos a Silvia a recuperar su barra. Ojalá no la embarremos.
Nosotros lo haremos por el placer de saber, de primera mano, cómo ha sobrevivido con ese pesado apodo.
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OTRAS PESTES Y REMEDIOS.

Esta medicina es una ciencia muy extensa y por eso en el primer tratado se me quedaron muchos temas en el tintero. Recuerden, no se hagan los bobos que están muy viejos, el frasquito de tinta donde se metía la pluma para humedecerla y continuar llenando las planas. Pareciamos sacando las palabras y pegándolas en el papel. Por lo cual recibí observaciones y serios reclamos que me propongo atender.
¿Qué yo que opino de los trasplantes o injertos que llamábamos? Pues, muy bacanos, ¿quién no quisiera un esqueleto de titanio? Un metal bien fino y liviano, con el que hacen las bicicletas de los campeones, para poder brincar por todas partes sin que se nos quiebre una pata y sin la amenaza de la tal osteoporosis. Pero eso sí, con unas bisagras a las que se les pueda echar aceite “Tres en Uno” para que no traqueen como una avalancha de piedra al momento de levantarnos, como nos ocurre ahora. ¿Cuál fractura? Unos punticos de soldadura. Y a brincar otra vez.
O, ¿qué tal un aparato digestivo y circulatorio en acero inoxidable? Para comer morcilla, chorizos, chivo guisao con suero costeño, natilla, buñuelos, chicharrón y todo eso que tanto nos gusta. La chunchurria que se me olvidaba, pero que el colesterol y los tales triglicéridos se queden con “las patas lavadas “.
Pero mientras seamos pobres y esas delicias sigan siendo tan costosas, sigamos así “estripaos como tabaco en el bolsillo de atrás”. Mientras se muere un rico de esos bien engallados y de pronto podemos heredar un segundazo en buen estado. Algo así como una viuda bonita, joven y rica.
“La dieta” era una enfermedad refleja: la padecía la señora y se morían las gallinas. Me explico, en aquella época llamábamos dieta a un tratamiento al que se debían someter las parturientas después del alumbramiento. Cuarenta días en cama, desnucando una plumífera todos los días.
La primera señal de que “la doña” quedaba en embarazo, se recibía en el corral de las gallinas. Nunca se imaginaban las pobres bípedas lo que les venía pierna arriba, cuando les empezaban a aventar el maíz a dos cargaderas y se podían olvidar de la tediosa búsqueda de lombrices y de perseguir cucarrones.
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Claro que los cuarenta días también aplicaban para “mi Don”, pero sin una rabadilla siquiera.
¡Cómo cambian las cosas! Ahora cuando se habla de dieta es de aguantar hambre como en Etiopía. En aquella época era comer gallina a dos manos.
La niña de Piendamó hizo historia por sus capacidades curativas. El primer enfermo de Andes que viajó, llegó más aliviado que un verraco y hablando más que lora mojada en leche. A mi parecer, no hizo lo que llaman hoy turismo de salud sino turismo gastronómico. Lean, pues:
Torta de pescado en Bolombolo, chorizo y morcilla en Primavera, sancocho de bagre en Pintada, fríjoles con garra en Riosucio, piñas en Cerritos, de Cartago para arriba arequipe, sancocho de gallina y pandequeso valluno.
Pues, encantó a todo mundo y empezaron a aparecer enfermos.
—Bobito, mijo, si a vos esa carajada siempre te la ha quitado el doctor Cañas.
—¡No, mamá! Llevame a donde la niña de Piendamó o ¿es que me vas a dejar morir?
Y empezaron los paseos.
—Esperemos, mijo, hasta la cosechita de café.
—¿Vos crees, mamá? —y le abría los ojos—. ¿Que yo como estoy voy a aguantar hasta la cosecha de café?
Y salían para la prendería con lo que había. Televisor, plancha, fogón, reloj. Todo iba a parar donde Gabriel (Peña) González.
Todos regresaron sanos.
Hasta que a uno de los “enfermos “, pero de ganas de pasear, le encontraron debajo de la cama una bacinilla con los mejunjes que tomaba para que su mamá, cuando llegara, lo encontrara vomitando. Se armó un escándalo que salpicó la reputación de la santa niña.
¿Que si a mí no me dieron lombrices? ¡Hombre, yo era un lombricultivo ambulante! De cargaderas y pantalón corto. Pero seamos sinceros. Esas especies de espaguettis oscuritos sólo tuvieron mala prensa porque poco molestaban. Sólo cuando tenían hambre empezaban a darle patadas a las tripas y entonces nos daba lo que llamábamos “un dolorcito en la boca del estómago”.
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Eso sí, había que comer el doble, porque hasta que no estuvieran bien llenas no dejaban pasar nada para “estos huesitos y esta carnita”. Pero siempre ha sido así, el que quiera tener sus animalitos, tiene que tener con que alimentarlos.
Otro problemita era cuando les daba por cambiar de estómago, tal vez por hacinamiento y empezaban a “asomarse” cuando más cachacos estábamos. Pero tenían sus ventajas, ayudaban mucho a la digestión. Si a la sopa le caía una herradura “mohosa” o una suela de zapato viejo y nos la tragábamos. Pues sencillo… no había problema. Al momentico esas amigas dejaban la herradura vuelta una limalla de Fe, Cu, Mg, Zn y todos los elementos de la tabla periódica de Mendeléyev quedaban a nuestra disposición como vitaminas, para convertirnos en estos jóvenes “tan bien plantados” que llegamos a ser. La suela, con carramplones y todo, se convertía en proteína asimilable, sin siquiera una agriera.
Hasta que llegó Pipelón, “el amigo del niño flaco y barrigón”. Se les acabó el reinado a las lombricitas. Nos tomábamos medio frasco de esos y corra para el baño. La taza quedaba como si le hubiéramos vaciado una libra de grapas. Y ahí sí, chupe con indigestiones, malestar estomacal, agrieras. Le llegó la bonanza al Alka Seltzer y la Sal de Frutas Lúa.
La solitaria, así llamada porque nadie era capaz de alimentar dos, comía más que plata al veinte. El que sufría de Tenia, tenía quien comiera tanto que la mejor manera de sacarla del estómago, cuando ya al paciente no le quedaba con que mercar para ambos, es decir para la Tenia y para él, se sentaba en una ponchera con leche caliente y cuando la malvada salía a bogar, se paraba volando, pero cuentan que las hubo tan resabiadas que hasta bocadillo exigían.
Pero esto que llaman la medicina tradicional es un mar de errores. Acabaron la solitaria, a la cual estábamos acostumbrados, le conocíamos los resabios y se nos vino encima la carajadita del Elicobacter, que le hace ver el diablo hasta al más verraco. Pero cuenten conmigo, cuando les llegue este me avisan. Yo les consigo unos huevitos de Sola y les garantizo que es pelea de tigre con burro amarrado. Después si la Tenia se vuelve muy galga, ahí está la bacinilla con leche.
¿Qué de dónde las lombrices y la solitaria? Pues muy fácil. Como no existían la tales multivitaminas de hoy, a nosotros nos tocaba balancear la dieta con tierra y en esta se venían.
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los huevos. Yo comí más tierra que el Banco Cafetero y la Caja Agraria que se tragaban una finca entera cada ratico.
Hoy no se puede comer tierra. Ahí mismo exigen registro INVIMA. Deben estar por aparecer las barrancas con código de barras.
También había parásitos externos, arriba, abajo y en la mitad. En su orden: piojos, niguas y manetos. Los primeros no le dieron un brinco al Acotox y los últimos al Calomel. Las niguas volaron a punta de espinas de naranjo y agujas de coser.
El Carranchil sí daba desde la corona hasta las uñas. Hoy a esta mina de los dermatólogos la llaman alergia.
De las enfermedades del alma la más conspicua era la “tusa”, que así llamábamos al dolor que dejaba el abandono de la amada y aunque no son mi especialidad la Psiquiatría y la Psicología, no puedo dejar esta “pena” sin una mínima alusión. Lo de llamarla “tusa”, es muy apropiado pues sin “aquella” quedábamos desamparados: sin granos de maíz y sin capacho. Máxime si sabía que “aquella” andaba en otro pilón. Y vuele, mijo, a beber, a oír tangos y a llorar. Había muchos grados de “tusa”. Algunas paraban en el café, otras requerían un tour por donde las mujeres de la vida alegre (“por la pica”, decíamos).
A veces una serenata de esas que tantas variantes tuvieron. Y hasta el suicidio.
Hombres hubo que se “autoeliminaron” hasta siete veces. Sabían la cantidad exacta de Matarrata Guayaquil necesaria para que la recuperación se diera cuando la amada llegara al hospital, después de un largo recorrido por todo el pueblo, llorando a los gritos:
—No te me vas a morir, Ernesto. Vea que todo son chismes, ¿les vas a hacer caso a las lenguas de trapo de este pueblo o a mí? —Y empezaba el hombrecito a entreabrir los ojos. Al cianuro, eso sí, no se le escapó ninguno.
De las sobadoras, ni hablar. Nosotros fuimos muy “de malas”, vemos las sobadoras de hoy y se nos quita toda clase de dolor; masajistas las llaman.
Pero cuando teníamos un pie descompuesto, y entraba la verdugo, Ester, la enfermera. Con solo verla, armada de una cajita de aluminio llena de jeringas y agujas, empezábamos a llorar. Venía provista, además, de Mentolín, para deslizar sobre la fractura que apretaba como “matando al diablo”. Prestaba servicio “out sourcing” de jeringa y “sobadijo”.
Fuera de eso, la mama encima:
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—Deje de ser flojo o quiere que ese pie le quede como una barranca.
Acababa Ester la provisión de Mentolín, se desmayaba el paciente y se volteaba cuatro tazas de tinto para volar a otro cadalzo. Cuando pasen por el “Museo de la Santa Inquisición”, busquen las armas de Ester.
No terminemos estos temas de medicina sin un Padrenuestro por el alma de los inventores del Mejoral: mejor mejora Mejoral. Anacin: al dolor le pone fin. Mentolín, que lo único que no curaban era la peladez. La Kola granulada JGB, tarrito Rojo, que a tanto tuntuniento volvió como un tomate. El Uropol, que a menos que el cálculo renal fuera del tamaño de la piedra del Peñol, salía como pepa de guama. Otro sería el rumbo de la humanidad sin estas valiosas herramientas de la medicina.
Gracias al confortativo Salomón que “da fuerza, vigor y hermoso color” tenemos la dicha de disfrutar de la amistad de Enrique Rojas. Esta milagrosa toma le ayudó por partida doble a mi querido amigo, pues tomó Confortativo a dos cargaderas para alcanzar a ser el hermoso galán de su amada María Teresa Vásquez, mi cuasi paisana de Ciudad Bolívar. Pero, además, dio el confortativo para construir edificio en el centro de Medellín y lujosa finca de recreo en La Estrella, antiguo paseadero de los ricos de Medellín, antes de que les diera la ventolera de irse a aguantar frío a Oriente.
Otro día hablamos, pero es que no puedo escribir mucho porque me preguntan que si no tengo más qué hacer.
¿Por qué no les preguntan eso a mis colegas “Gabo” y “Chavita” Allende? O a Vargas Llosa, ahora tan de moda.
¡Ah, hombre! Había sordos de verdad. En una ocasión pasaba Uta, de Andes, camino a su finca en la vereda La Pava, arriando una vaca de ternero chiquito. Desde su silla en el corredor de la casa le preguntó Ramón Elías:
—¿Uta, cómo siguió la señora? —manera paisa de preguntar por la salud de un enfermo.
—Muy buena —le respondió Uta—. Dando dos puchas por cada teta, fuera de lo que se mama la cría.
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EL PAPA “LENGÜISUELTO”
Pasé los días de la última Semana Santa reflexionando acerca de las declaraciones del Santo Padre Francisco.
Y es que he pasado preocupado, con la cabeza dando vueltas. Bastante lidia que le dio conseguirse ese puestecito en el Vaticano y se va a hacer echar por andar de “lengüisuelto”. Que es como les decimos por acá a quienes hablan más de lo necesario. Ya dizque hay unos cardenales muy bravos con él. ¡Pues claro!, si los va a dejar sin oficio. Si no hay Infierno, ¿quién les va a hacer caso? No van a quedar sirviendo ni para bonitos.
¡Cómo es de difícil un buen puestecito en la iglesia! Fíjense ustedes, lo único que logré en mi carrera sacerdotal, mejor dicho, el único peldaño que escalé, como se dice en el argot burocrático, fue el de acólito. Y claro, ligero, ligero, me despidieron. Me tomé un poquito de vino que dejó el padre Lizandro Uribe y me puse a gritar vivas al partido Liberal.
Un hombre como “Pachito”: “viviendo a todo taco”, nada menos que en el Vaticano, sin pagar arriendo, administración ni servicios, en un caserón tan elegante, libre de comida, dormida, lavada de ropa. ¡Esa alcoba!, ¡esa cama!, baño privado, con bañera y agua caliente, afiliado a la seguridad social, con gastos de entierro de primera pagos por adelantado, esas monjitas tan queridas, pendientes todo el día de él. ¿Qué más quiere? Y se pone a decir así, sin que nadie le estuviera preguntando esa cantidad de bobadas.
¿Cómo les parece? ¡Que el infierno no existe!
¿Saben ustedes lo que eso significa? Les explico: se atreve el papa Francisco a decir que todo lo que escribió el padre Gaspar Astete es pura paja; que la Religión de Farías que nos bregó a meter “Manuelito” Osorio por nariz, boca y oídos la tenemos que regurgitar. ¿En qué va a quedar todo lo que escribió Dante Alighieri sobre el Infierno?
¿A dónde fueron a parar todos esos que el padre Efrén Montoya desde el púlpito de la iglesia de Andes mandó a chupar candela? Que se fueran a recibir fuego eterno a los profundos infiernos.
La verdad, yo estaba tranquilo sabiendo que Nerón y otros peores que ha habido por aquí, estaban allá de patas y manos. Pero no. Ahora nos sale el Santo Papa, con el cuento de que les va a dar la casa por infierno, igual que aquí que obsequian casa por cárcel.
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Y muchos “felices de la moña”. Pero estoy seguro que otros estarán chapaleando por quedarse allá, porque dirán que es mejor arder en el infierno que vivir en un hogar en llamas.
Ya veo a los maridos de muchas, reclamándole a “Pachito” para que les arregle el problema, pero que no vuelven adonde la fiera; y a muchas viudas poniéndole hasta mensajes Watsap, diciéndole que les deje los maridos allá. Que quieren seguir descansando en paz de ellos.
¡Qué tal! ¿Y entonces sin infierno para dónde vamos a mandar aquellos que sabemos? A quienes que creemos que ya se les rebosó la taza y que debemos empacarlos para allá. Les confieso, vamos a quedar más encartados que una gallina criando patos. Ahora, ¿dónde nos los van a recibir? Si ya ni con infierno caben aquí los ladrones y corruptos.
Esperemos a ver qué pasa. Yo por lo menos tengo el Cielo ganado. Pues sí, hice los nueve primeros viernes seguidos en más de una ocasión. Una promoción de la época que garantizaba visa permanente para el Paraíso Celestial. Ojalá no se les ocurra cerrarlo también y nos quedemos, quienes tanto mérito hemos hecho para estar allá, sin para dónde coger.
Y la sigue embarrando el Papa. Que muchas de las cosas de la Sagrada Biblia son inventos literarios. Yo esto si no se lo discuto a Pachito. Allá él. Me he mantenido muy ocupado para colgármele a ese mamotreto tan grande a leerlo. Si él lo dice, le creo. Porque para qué, embustero no ha sido. Pero me declaro inocente de la Biblia y de verdad que este rato que me queda lo voy a pasar leyendo cosas más entretenidas.
Que no hay personas malas en el mundo, afirma. ¿Cómo les parece? Ahora resulta que ese diablo de Gerardo Botero, según decía mi mamá, que llevaba a Andes literatura comunista y por eso no podíamos asomarnos al toldo que armaba para venderla los domingos al frente del café París, era una mansa paloma. Que el “Gordo” Iván Palacio, Adolfo Ospina y Gilberto Vélez que devoraban esa literatura serán canonizados.
Comprarle a Gerardo una revista del “Charrito de Oro”, de esas que le encantaban a Darío Marín, que llegó a ser su émulo en Andes, era una operación de alto riesgo por el peligro de que en ella se enredara una publicación con frases de Mao Tse Tung.
Que no hay mujeres malas. En otras palabras, que es lo mismo Marilyn Monroe, que sor Teresa de Calcuta. Qué si nos encontramos con Bin Laden, lo abracemos y le digamos que “somos de los mesmos”. ¡No sé cómo vamos a hacer para “tragarnos tanto sapo”!
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Pero cuando sí me quedé turulato, fue cuando le oí decir que lo del paraíso terrenal fue una novela. Como esas de Corín Tellado. De esas que vendían en todos los puestos de revistas y que leían las mujeres acomodadas, cuando no se habían enterrado el cuchillo con lo de la liberación femenina y se mantenían desocupadas, limpiándose y pintándose las uñas, poniéndose rulos y oyendo, viendo y leyendo novelas. Rajando hasta del perro y el gato.
¿Cómo la ven? Que Adán y Eva no existieron, que la tal manzana y la culebra menos. ¡Que el tan conocido idilio de amor de la pareja no existió! Que el pobre Jorge Isaacs, que llamó “El Paraíso” a la casa donde vivió María, tacó burro porque Paraíso no hubo.
En estas nos sale con que lo del Santo Viacrucis no es cierto, que era que estaban filmando una película o presentando una obra de teatro. Y ahí si apague y vámonos.
Y vendrá la crisis económica. ¿Qué va a quedar valiendo una camándula? ¿Qué van a hacer con todos esos cristos y tanta cosa? Novenas, registros valiendo a huevo. En fin...
No le va a alcanzar al Banco del Vaticano para pagar todas las indemnizaciones por los reclamos de las llamadas “hijas de Eva”, que tanto han chupado por aquel cuento de que Adán le respondió a Jesús: “Eva me dio y yo comí”. Mejor dicho la aventó y desde eso, el chisme de que las mujeres son las responsables de todas nuestras desgracias, se regó como verdolaga en playa. Despedidos. Ganarás el pan con el sudor de tu frente, les dijo muy zapateado y manoteando mientras salían. Si fuera por la frente no más. Después nos puso a sudar hasta por las verijas.
Y mientras más dura la vida y más dura la conseguida del pan, más cantaleta. ¿Qué tal si a tu tatarabuela no le da por ponerse en diálogos con la culebra? Habiendo tanto que comer allá, se le metió en la cabeza que tenía que comerse esa puta manzana. Después cogió la tal Eva al pobre tatarabuelo: que si no se comía un pedazo le cortaba los servicios. Lo mismo que me dicen a mi cuando me quedo jugando billar con mis amigos.
La “inequidad de género” empezó desde que se inventaron lo que ahora “Pachito” llama novela. Talvez esté pensando el Santo Papa, uno que va a saber, que las cosas como se hacen se deshacen y qué si borramos la historia del Paraíso, las mujeres quedan libres de esa culpa y santo remedio.
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Pero que se espere. Mis amigas saldrán de inmediato a reclamarle a “Chucho”. Si no hubiera contado lo que Ella dijo, hubiéramos vivido como hermanitos. ¿Cuántas garroteras? ¿Cuántas quebradas de vajilla nos hubiéramos evitado?
Pobre Papa, ya debe estar Piedad Córdoba empacando maletas, con fotocopias de toda la legislación colombiana: reparación de víctimas, reclamando indemnizaciones.
Pero lo que sí me tengo que sentar a hablar con Pachito es aquello de que Dios cambia. ¡Mamola! Que todos los días lo podamos ver más de cerquita y verle mejor las arrugas, que nos demos cuenta de que ya nada le vale para la caída del cabello, que sepamos que ahora tiene que salir con pañal, por aquello de la incontinencia, vaya y venga. Pero es él mismo.
Dice este “lengüisuelto” que tiene unas ganas que se las toca con el dedo de ver una mujer cardenal. No estar mi paisano “Argos” vivo, para preguntarle si les tendremos decir cardenalas.
Pero volviendo a la del turbante rojo: con tal de que la deje por allá, aunque la nombre papisa.
Yo al Vaticano no he podido ir, llevo muchos años esperando que rebajen los pasajes o a coger una cosecha de café buena. Pero eso sí. El día que me digan que la bendición en la Plaza del Vaticano la va a impartir Sofía Loren, Amparito Grisales o la misma Chaquira, vendo hasta los calzoncillos y para allá me voy de primero.
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MUSA, UN TURCO EN SAN CARLOS, OTRO CUENTO DE LUCIO MARÍN

Fueron muchos los motivos que ayudaron a desatar la decisión que tomó Musa, hijo de un turco barranquillero que se adentró Río Magdalena arriba y fue a parar con su “marcancía barata” al pueblo de San Carlos, en el Suroriente de Antioquia.
Sus raros nombre y apellido, su exagerado tamaño, lerdo, (tontarrón en palabras de Lucio), todo lo cual lo convirtió en objeto de burlas de toda la chinchamenta y los amigos de su edad.
Había descubierto que su mundo no sería el del campo, pues era generalmente aceptado que las tierras de ese olvidado pueblo eran de tan mala calidad y que Chucho había votado el molde después de hacerlas.
Sus bajas habilidades y poco garbo no le ayudaban para chantarse el sombrero, el poncho y agarrar el zurriago, atuendos indispensables para graduarse de negociante de ganado que era la manera más común de disimular la vagancia.
Para acabar de ajustar, había dado en enamorarse de una joven, hija del rico del pueblo,un viejo celoso “a morir” con sus muchachas.
Solamente veía a su amada en los escasos desfiles del colegio o se arrimaba a su casa por una ventana en las ausencias del suegro. La tal ventana, tenía una celosía de madera y nunca estuvo seguro de charlar con la novia, una hermana, la suegra o la muchacha del servicio. De “campanero” para avisar la llegada del suegro actuaba uno de los Tolos, quien debía anunciar con un fuerte silbido el peligro. Pero este “cuarto”, que de bobo tenía mucho menos de lo que todo el mundo pensaba, adelantaba la señal a su amaño, cada que se aburría en el oficio o los zancudos empezaban a atropellar.
En alguna ocasión se apareció un piquete de soldados a hacer una batida y recoger jóvenes a prestar servicio militar. Era el día para pagar escondites a peso. Madres, novias, hermanas “berriando” para que no se los llevaran. Peleas con los padres, qué aburridos de aguantárselos, se alegraban de qué en lo adelante, su manutención quedara por cuenta del gobierno nacional, además de que “aprenderían a ser hombres”.
Contrario a lo que hacían todos los otros jóvenes, Musa se presentó sorpresivamente a los militares encargados del reclutamiento con el “jotico” de ropa y listo para viajar. Que
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le “dictaba la milicia”, manifestó, expresión paisa de amor al trabajo en las fuerzas armadas, y sin lágrimas emprendió el viaje.
Nada se volvió a saber en el villorrio del proyecto de militar.
Hasta que un día se apareció hecho un soldado de la patria: vestido caqui, de dril, bien aplanchado, gorra de igual material, botas negras y “ñatas”, de punta redonda y recién embetunadas. Empezó el recorrido minucioso por todo el caserío, saludando en tiendas, carnicerías, almacenes y casas de familia conocidas.
Primero, una pose para permitir que de cuerpo entero le admiraran su nuevo “look”, contando después bellezas de su nueva vida y hazañas a montón. Como nota folclórica, desde muy temprano se le unieron los “tolos”, que iban adelante indicándole a donde entrar y anunciando la visita.
Terminado el periplo por el pueblo, se encontró con sus viejos amigos, Lucio, Toño Restrepo, los Ramírez, los Parras, todos con más “mundo que San Antonio”, quienes escuchando atentos las largas y agradables historias, fueron entonando al aguardientico al bisoño recluta.
Cuando ya lo tenían más prendido que un pizco, sacaron a relucir el recuerdo de la novia y del celoso suegro. Le hicieron caer en cuenta, de que el rango alcanzado, le permitía poner el suegro en cintura y armaron el plan para la toma del cuartel de la amada. Unos tragos de más y emprendió la acción.
Dos, tres toques fuertes a la puerta principal de la casa y salió el suegro en calzoncillos a recibir la inesperada visita.
—¡A la orden! —le preguntó al soldado.
—¡Para notificarle al civil que vengo a dormir con su hija!
—Sígase, mi general —contestó el adormilado y sorprendido anfitrión.
Había el recluta avanzado unos pasos cuando sintió algo frío en la cabeza:
—¡Pero que sea a dormir, gran pendejo, porque si mueve una pestaña le descargo esta pistola entera en la cabeza!
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SABANETA, PARADO A $500 Y SENTADO A $1.000

Les cuento que estuve por Sabaneta, hacía mucho no pasaba por allá. El mundo se ha vuelto muy grande y ya no queda tiempo para visitar tanto lugar.
Recuerden la historia del paraíso terrenal: El Señor bajaba y en un momento le daba vuelta a todo. Casi ni se movía de donde lo dejaba la nube. Hablaba con dos mechudos que vivían allá y les tomaba razón: ¿Cuántos huevos puso la gallina? ¿Cuánta leche dio la vaca?... y carajadas así. Hacía recomendaciones: no me dejen perder lechita, la que ustedes no se alcancen a tomar, me la cuajan, que cuando yo baje me llevo unos quesitos, no dejen subir el mico al manzano que no deja ni media, en fin. . .y cuenta Rafael Arango Villegas, que hasta se echaba su “perrito”, es decir hacía su siesta, mientras caía la fresca y partía otra vez para arriba.
Después, cuando la venida por allá a Belén y Jerusalén, que sonó mucho, por la “colgada” tan verraca que le pegaron en la cruz, ya el mundo había crecido tanto que hasta le tocaba andar en burro.
Y véanlo ahora, con aviones, imágenes de radar, fotografía satelital, internet y todo lo que va apareciendo a diario y ni así creo que le alcance el tiempo para enterarse de todo. Qué diremos de uno, en una mechita de carro viejo.
Pero bueno, como les contaba, llegué a Sabaneta, que era un pequeño pueblito al sur de Medellín y que hoy es casi un gran barrio de lo que llaman Área Metropolitana.
Se volvió últimamente muy famoso, porque allí se radicó María Auxiliadora y se dedicó a hacer milagros a dos cargaderas. En busca de esos milagros llega a este bonito lugar gente hasta de un solo ojo. Hasta el perro y el gato, como decía mi mamá.
El problema con la afamada Virgen es que es muy manirrota. Milagro que le piden, pum… Ahí mismito lo concede. Y quién creyera, eso se convierte a la larga en un problema. Miren si no. Me contaban que un señor de allá, muy devoto pero muy pedigüeño, mejor dicho, que dizque pide más que Deme, se le colgó a rezar y a pedirle cosas. Y se agarró ella a dárselas. Lo lleno de fincas, edificios, bodegas, ganados, negocios y ahí está todo encartado, no le queda tiempo para nada. Se mantiene más encartado que una gallina criando patos.
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Por eso no me le he aparecido a la Virgen a pedirle, porque me da alguna cosita y es que yo no soy de palo, de pronto me vuelvo angurrioso y se me daña la vida.
Pero me quedé verraco. Estos paisas son jodidos: no había llegado a ver un bazar de esos. Por todas partes ve uno negocios. Ni para qué les cuento: imágenes sagradas, cuadros, fotos de la virgen, camándulas y toda clase de “souvenirs” celestiales mezclados con cachivaches mundanos, pañoletas, peines, diademas, calzones, lociones, CDs, DVDs, grabadoras, memorias USB, celulares, etc.
Pero lo que sí me dejó babeando fue lo de las comidas. Vayan, vayan. . .
Por toda parte morcillas del largo y grueso que las quiera, chorizos cuyo olor llega hasta el Alto de Minas, una chunchurria, llorando gotas de grasa sobre una plancha caliente, papas rellenas y fritas, empanadas, arepa de chócolo, buñuelos, mazamorra, chocolate, jaleas, aguapanela, panelitas, velitas de coco, crispetas, algodón de azúcar, caspiroletas, jugos de toda clase.
Mejor dicho, no los antojo de más.
Pero vamos al grano. A todas estas me dieron ganas de mear y empecé a buscar. Un lugar de esos tan importante casi no lo encuentro. Ya reventándome llegué a una heladería muy sicodélica, nada de sacra y derechito al baño. Un joven mesero me vio entrar, salió detrás de mí y se puso a observarme con mucho cuidado. Vea, pues, pensé, un marica y esto tan solo. Pero de ahí no pasó. A la salida me reclamó:
—Señor, son quinientos pesos.
—¿Cómo así, hombre? Una meada no la cobran en ninguna parte. Muéstreme la factura —le dije tratando de salirle adelante.
—¿Con IVA o sin IVA? —me respondió.
Vencido saqué los quinientos pesos, pero no me quedé con la gana de preguntarle…
—¿Y por qué miraba tanto, cuando estaba en el baño?
—Sí, señor, es qué si se sienta en el sanitario, le cuesta mil.
Al principio me quedé muy aburrido. Pero después reflexioné. No en vano he leído, estudiado y hecho cursos, diplomados, sobre empresarismo, emprendimiento, cómo actuar en tiempos de crisis, la clave del éxito, etcétera, etcétera, etc. Y, bueno, ya tengo mi proyecto empresarial.
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Conseguí un local que estoy adecuando para hacer lo que decentemente llamamos “necesidades”. Ya tiene el aviso: parado a 500, sentado a 1.000.
Estoy haciendo alianza con todos los venteros de comidas y bebidas para que los feligreses se harten de comer y se embuchen de beber que en mi negocio les sacamos hasta los ojos. Claro que ganamos todos, hasta a María Auxiliadora nos proponemos ayudarle.
Imagínense mi felicidad, sentado en un taburete de cuero, con un cajoncito de dos puestos: uno para las monedas y otro para los billetes, viendo la cola de parroquianos apretando una pierna contra otra y esculcando las monedas en los bolsillos.
Eso no es nada, las viejas haciéndome caritas, a ver si les cachoneo con la entrada gratis. ¡Mamola!
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TOTO

Después de unas Fiestas del Arriero, en Ciudad Bolívar, bello y acogedor municipio del suroeste antioqueño, necesité los servicios de un conductor que me trasladara en mi carro a Medellín.
Era necesario terminar la prolongada jornada de fiesta, cabalgata, baile, tertulia y buena música, para volver al trabajo.
Ocurrió qué, estando todo listo para la salida, se entabló una buena tertulia, con amigos provenientes de todos los rincones del departamento y los tragos con los cuales la acompañamos, hicieron recomendable ceder a otro el oficio de conducir. De paso se volvía más agradable el regreso con las buenas paradas del camino: Peñalisa, Bolombolo, Albania, Amagá y Primavera.
Mi amigo, el Mono Guerra, oriundo y conocedor de los lugareños, me recomendó una persona muy especial y versátil, un todero: Toto, excelente conductor, atento, diligente y buen conversador. Mejor dicho, ¡ni mandado a hacer!
En cumplimiento de su misión, se comportó Toto como un príncipe. Buen conductor y buen compañero. Seguramente estaba yo en la euforia de los buenos tragos, por lo cual probablemente pensó él lo mismo de mí. Lo cierto es que, de ahí en adelante, seguimos siendo muy buenos amigos.
Siempre que nos encontramos nos saludamos de manera efusiva. Si llego a las mesas de la plaza de su pueblo, se sienta conmigo, me pone al tanto de los últimos acontecimientos, para lo cual suspende cualquier trabajo que esté adelantando, suelta por ejemplo el equipo de embetunar, sin importar que deja al cliente esperando con el pie encima de la adornada caja.
En la carretera me hace señales para que detenga mi vehículo y hace lo propio con el suyo. Se baja, deja los pasajeros esperando y la vía obstruida, pero cumple con el objetivo de saludarnos y renovar nuestra amistad.
En una ocasión, estaba sentado en las mesitas del Marne, tradicional café de tangos ubicado en el marco de la plaza, cuando vi que alguien me hacía escandalosas señales de saludo. Peinado con gomina, de grandes gafas oscuras, que poco de su simpática cara dejaban
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ver, vestido de “cachaco”, con pantalones largos que lo hacían ver más alto, corbatín y zapatos encharolados.
Estaba yo acostumbrado a verlo con otros atuendos; por eso, sólo cuando estuvo muy cerca, pude reconocer a mi Toto.
Me contó que estaba trabajando en una reconocida y acreditada empresa funeraria y era el encargado de llevar y traer cadáveres de Ciudad Bolívar a Medellín y viceversa, del hospital a la sala de velación, de allí a la iglesia y después al horno crematorio o al cementerio. Que ya se había acostumbrado a la compañía de los muertos y que además el camino le rendía mucho pues no tenía que pararles a mecatear y a entrar al baño, como a los pasajeros de los colectivos.
Dijo, además, que sus patrones estaban muy contentos con su trabajo, que le habían cogido mucho aprecio y lo tenían por hombre de confianza.
Por eso se atrevió a hacerme esta atractiva oferta:
—Vea, don Benicio, yo sé que usted se mantiene muy aliviado, pero nadie sabe, cuando se sienta maluco, el día que me necesite, bien pueda llámeme, que yo converso con mis patrones para que le hagamos un entierro bien barato y bien fierrudo.
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CUENTOS DE FROILÁN.

Por los años sesenta, se estableció por iniciativa del Gobierno Nacional, en el municipio de Andes, Antioquia, un Tribunal Superior, encargado de administrar justicia para el Suroeste de Antioquia.
Se instalaron en oficinas, amplias y bien dotadas, dentro de una hermosa construcción que el progreso aún no ha derrumbado.
No se imaginan el revuelo que causó en la población el numeroso grupo de elegantes magistrados, canosos, grandes y obesos, qué de saco, corbata y brillantes zapatillas, se paseaban por el largo corredor de la vieja casa, frente a la plaza principal y salían a tomar tinto al Café París, debajo del Tamarindo o Aguardiente al encopetado Club La Rochela.
De manera paralela se crearon los Juzgados Superiores y de Circuito. En general todos los estamentos necesarios para el buen funcionamiento de la Justica.
Apareció entonces la oportunidad para el ejercicio de abogados titulados, auxiliares y tinterillos. Uno de los más destacados de estos últimos llamado Froilán del Ruiz y Barrientos, “El doctor Cagajón”.
Heredó Froilán el apodo, por la similitud con el de su hermano Manolo, marca-punta derecho del glorioso “Once Andino”. Negro, de poquísima estatura, casi un enano. Durante la semana se desempeñaba como oficial de brocha gorda, pero que se hizo famoso por su capacidad de rechazar con potentes cabezazos, los avances contrarios.
A veces, a falta de “Descuadrado”, el titular, actuaba Manolo como arquero emergente, pero a pesar de su rapidez en las espectaculares voladoras, el balón siempre entraba por encima rozándole los dedos. Gol contra “El Once Andino”. Los malquerientes jugadores rivales de siempre, de Jardín y Bolívar, lo apodaron “Cagajón”, que le restregaban en las infaltables peleas de cada encuentro.
Pero volvamos a Froilán. Sus orígenes como rábula son objeto de estudio por parte del “Centro de Historia Pata de Andes”, desde la oficina que funciona debajo del Almendro, en el Parque Principal y que con lujo preside el ilustre Fabio Puerta, apoyado en la secretaría por el ya casi benemérito “Tominejo”,
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Tal vez era Don Froilán, mensajero de alguna de las oficinas de los encopetados abogados de Andes y encontró en la llegada del Tribunal y toda su parafernalia la oportunidad de su vida.
Estudió de manera juiciosa “La Urbanidad de Carreño”, se proveyó de rimbombante “pinta”: chaqueta gris plata, pantalón champaña, corbata blanca, camisa blanca y negra a rayas, medias negras y zapatillas blancas tipo Mocasin, y finalmente gafas grandes, más negras que él, lo cual no es poco decir.
Así vestido y preparado se sintió en todo el derecho a pertenecer al selecto grupo de cercanos al Poder Judicial.
De las conversaciones con los Magistrados y demás funcionarios extrajo con lupa las palabras más rebuscadas para incorporar en su renovada y así enriquecida jerga.
Pero el filón de su riqueza verbal, lo encontró en un estudioso y bien hablado Fiscal del Juzgado Superior, recién egresado de la Universidad del Cauca en Popayán, qué con su diminuta figura, pero recia voz, hizo temblar el respetado recinto, en una audiencia pública con un estruendoso “hijueputazo”. La mojigata sociedad andina se sacudió con el hecho y de manera unánime rebautizó al doctor Fernando López, que pasó a llamarse “Pulga Arrecha”.
En lo adelante, las audiencias en la vieja casa de mi abuelo Benicio tuvieron lleno hasta las banderas. En primera fila nuestro protagonista, tomando atenta nota para aprender a alegrar con su elocuencia las nocturnas veladas pueblerinas.
Mi hermano Luis Eduardo, miembro activo del “Centro de Pensamiento Los Samanes de Hispania”, mantiene en la punta de la lengua, para alegrar a los visitantes de ese municipio que eufóricamente recibe, tres anécdotas de Froilán, que en mi calidad de secretario Ad-hoc, procedo a documentar.
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FROILÁN Y CONEJO
Terminadas a hora prudente las tertulias en que participaba “la pesada” del mundo del derecho, quedaban los miembros de bajo rango, “prendidos” y mirando para el techo, sin saber qué hacer.
Mejor dicho, sí sabían:
—¡Vamos para el Barrio! —decía el primero y al momento estaban todos ocupando los taxis de Pollo Mojado, Grasa Dulce, Fabio La Bruja, Arrempuje, Gallo Fino, o el que primero apareciera.
Con el nombre de “El Barrio”, se conocía, el lugar destinado a las mujeres de vida alegre. Y por su régimen especial, que les permitía mantener abiertas las cantinas en la noche, era destino final de cuanto borrachito sacaban de los bares de la plaza para atender la orden de cierre.
En uno de estos fines de farra, estaba “El Doctor Cagajón” sentado cargando en sus piernas una de las damiselas, reconocida por sus nexos afectivos con el temible “Conejo”.
Oriundo el tal Conejo de La Libia, Betania, era reconocido por dominar “las treinta y tres paradas del machete”. En una riña en la Fonda La Fe, había perdido media nariz, por lo cual le encimaron el apodo de Cosa Fea que nadie se atrevía a decirle.
Alertado Cosa Fea de la escena, se dirigió de manera inmediata, provisto de su inseparable peinilla ramaluda, de veintidós pulgadas de largo, hacia Cuatro Esquinas que así se llamaba la emblemática cantina del citado barrio la cual “gerenció” por muchos años la reconocidísima María Avendaño.
Como gallo de Pelea: en el primer brinco se subió a un taburete, otro al billar al cual le abrió en dos el paño del primer rastrillón, se encaramó al mostrador, barriendo con la peinilla todas las botellas de los estantes, apagó el piano y rodeó la pareja.
—¡Quieto todo mundo! ¡Cucarrón que me zumbe lo trasquilo! ¡Párate, negro hijueputa, que te voy es a picar!
Froilán apartó la amiga, sirvió otro trago de cerveza, cogió las gafas con su mano izquierda, continuó sentado, mirando y señalando con el índice derecho al desafiante, al cual se dirigió de manera solemne:
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—Ilustre roedor, conoces mi prosapia, mi altura intelectual, el elevado círculo social en que me desenvuelvo. ¡Por lo tanto lamento decirte que no puedo rebajarme a pelear contigo!
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FROILÁN Y EL MUELÓN

Es “El Café Guaticamá”, ubicado en privilegiada esquina del Parque Principal de Andes, el sitio ideal para escuchar los mejores tangos, matar la pena y ahogarla en aguardiente.
Una noche de esas estaba allí Froilán, seguramente matando una “tusa”, cuando entró uno de los “vástagos” de don Julio Vásquez, Octavio, apodado “el Muelón”.
Era el Muelón, reconocido cansón del villorrio. Grandote, de hablar duro cuando estaba alicorado, además de manotear y gritar a todo mundo.
Entró, dijimos, y la emprendió contra el Doctor Froilán. Lo abrazaba, lo despeinaba, se limpiaba las babas con la infaltable corbata y lo insultaba de todas las maneras.
Hasta que, como decimos, se le llenó la taza a nuestro hombre y de manera ceremoniosa se levantó de su asiento, tomo distancia para poder mirarlo a la cara, levantó el índice de manera amenazante y así se le dirigió:
—Señor Vásquez, su apodo hace alusión a la enorme longitud de sus caninos. Debo decirte qué si me sigues perturbando, en lo adelante te llamarán… (y después de sepulcral silencio en el café) —¡mueco!

FROILAN Y MERCEDES.

Para cambiar de ambiente, es decir, salir un rato de la monotonía pueblerina, resolvió un grupo de patos andinos, nuestro Froilán entre ellos, empezar a viajar a Bolombolo los miércoles, día de descanso.
Situado Bolombolo, vieja estación del Ferrocarril de Antioquia, sobre el Rio Cauca, ofrecía a estos nuevos turistas las posibilidades de pescar en sus aguas el más variado y abundante botín: Bagre, Bocachico, Barbudo y a veces Dorada.
Cansados estaban de perseguir en el San Juan y el Tapartó las esquivas sardinas y sabaletas.
Terminado el día de pesca, con sancocho incluido, jugarreta de cartas y algo de trago, volvían al caserío a esperar la escalera que los devolvería a Andes.
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Pero el diablo es diablo y nuestros amigos dieron en pasarse del sitio de espera de los buses a “la Laguna”, lugar de recogimiento de las mujeres de vida alegre. De donde salían más alumbrados que un pesebre a buscar retorno. Allí Cupido, que no descansa, clavó con un dardo de Mercedes a nuestro “casquiflojo” Froilán.
Describen a Mercodes, que así pasó a llamarla nuestro Romeo por parecerle más florido, como una Maritornes de color oscuro. Pero como dicen: “el que feo ama bonito le parece”, el embellecedor aguardiente acababa de ajustar las cargas.
Adiós pesca. Llegado a Bolombolo se instalaba en la cantina con su nuevo amor, en animado día de trago y caricias, hasta que sus amigos, terminada la pesca, venían a recogerlo borracho “como una mica”.
Pero todo se acaba en esta vida y así fue el efímero entusiasmo de Froilán por su Mercodes.
Extrañada nuestra paloma por la ausencia de su amor, fue un miércoles hasta la orilla del Rio a interrogar sus compañeros. Estos le hicieron saber que un nuevo amor se había adueñado del corazón de su Negro del Alma.
Esto que oyó Mercodes y de inmediato se montó, con su barbera en el seno, en la primera escalera que pasó para Andes. En el fondo del Café Regina se instaló y empuñó la copa a esperarlo, pues estaba advertida de que era uno de sus más apetecidos correderos.
A la hora de almuerzo se sentó el galán, en las mesitas del citado café en la plaza, a reposar y a tomar tinto con un grupo de importantes personajes. “La Jay” del derecho.
Cuando la amada vio al traidor se le abalanzó con el arma desplegada al viento en busca de su cara. Milagrosamente la lograron detener y aplacar, para llevarla de la mano de dos policías a la oficina de la Alcaldía a comparecer donde “Joaquín Treinta”, primera autoridad municipal por esa época.
El burgomaestre le explicó que dada su condición de novia de tan digno personaje la exoneraba de ir a la cárcel, pero la conminó a abandonar de manera inmediata el pueblo.
Ya sin la temida barbera salió Mercodes a buscar el camión de regreso y vio de nuevo al ingrato.
¡Tenete, negro desgraciado, que vos volvés a pasar por Bolombolo y te voy a hacer picadillo!
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Se paró Froilán ceremonioso y buscando impresionar toda la concurrencia le aflojó esta perla:
Mira, Mercodes: mañana en elegante y concurrida ceremonia inauguraremos aquí en Andes, el Aeropuerto Mario Aramburo Restrepo. Y he de decirte, para que no pierdas tu tiempo, que me dispongo a seguir pasando por Bolombolo ¡SIDERALMENTE!
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LOS FINOS VESTIDOS DE SEGUNDA.

¿Cómo ha cambiado la vida? Quien se hacía propietario de un vestido de Paño Inglés o unas zapatillas Tres Coronas, no tenía que preocuparse por volverlos a comprar en toda su vida. Únicamente, se debía acostumbrar a soportar estoicamente el calor, desbastar callos y elegir sabiamente el heredero que debería lucir la prenda por otra generación.
Pero hasta para eso he sido “negado”, todavía estoy esperando que mi tío Rodrigo se aburra con el vestido de la Primera Comunión, a pesar de que botones y ojales no se juntan sino en las esporádicas aplanchadas.
Cómo íbamos a imaginarnos cuando veíamos esas tiernas ovejas de lana en las películas bucólicas europeas, que de ellas provenían los caparazones que a manera de silicio debimos tantas veces cargar.
La palabra “cachaco”, en nuestro medio tenía dos acepciones principales: Fulano se va a casar, ya compró el cachaco. Es decir, ya tenía el atuendo para comparecer al cadalso por la Nave del Medio, a que les dispararan con la pistola de San Pablo. O, “Don José Betancur, Rafael Peláez, Roberto Mejía y Palomino viven “cachacos”, es decir, no se quitan la susodicha prenda ni para bañarse.
No duermen con ella, duermen en ella
Había “cachacos” que solo veían la luz del sol en cuaresma. La imposición de la Santa Cruz, era un primer aviso de se avecinaba la Semana Santa y había que sacarlos a botar el feo olor a naftalina; pues, esta mágica pastilla era la encargada de evitar que a los viejos escaparates y baúles llegara la temible polilla que tantos estragos hacía.
A la cabeza en esta “enguanda”, de encachacarse en Semana Santa estaban mis primos Rafaelito Uribe y Ramiro Vélez, con el tío Fernando, que se preparaban como portadores de la “Corona de la familia Escobar”, en la procesión del Santo Sepulcro. Pero, además, eran apóstoles en la Última Sena y colaboraban en el Descendimiento.
Al igual que la sagrada imagen, los vestidos de mis parientes sólo tenían una “palomita” al año. ¡Cuántos años desempeñaría Ramiro ese honorífico cargo, que acabó con un vestido de paño inglés! “Por la rodilla ya pasa la luz de lado a lado”, dijo. Pero manifestó además que renunciaba, que ya estaba muy viejo y no se le justificaba comprar “flux” nuevo.
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En camisa de once varas se metió este servidor cuando lo nombraron representante de los estudiantes del Liceo Regional Juan de Dios Uribe a la Junta de la Sociedad de Mejoras Públicas de Andes. Mejor, “en saco de esas varas”, pues la ley era para todos y era imposible violar el actualizado reglamento del Club con un “piernipeludo” entrando vestido de paisano. Debo confesar con humildad que muy seguramente la mayor ventaja que tuve para alcanzar ese digno cargo fue la posibilidad remota de conseguir “un cachaco, para encachacarme”.
Todavía despierto con pesadillas tratando de organizar el segundazo de saco que me regaló el tío Libardo, para que las manos no se me perdieran o si las sacaba, que las mangas no quedaran como un acordeón. En esa lucha se me fueron las encumbradas reuniones, a tal punto que me atrevo a pensar que ningún destello de mi inteligencia quedó plasmado en los anales de esa augusta institución.
También me desvelé muchas noches, me raspé y chucé todo el cuerpo estudiando la manera de llegar por encima de tapias derrumbadas, cercas de piñuela y pencas, alambrados mohosos, al sitio de reunión sin tener que pasar por delante de la rechifla que mis compañeros de clase me tenían preparada.
Pero, nada. Para peor desgracia recientemente había presentado Cuco Martínez en sus tres presentaciones de Matinée, Vespertina y Noche en el hermoso “Teatro Minerva”, una de las películas de Charles Chaplin, más “desgualetado” que yo.
Me siento en la obligación de contarles que al igual que cualquier otra prenda que heredáramos de los parientes acomodados que teníamos en Medellín, al ya citado “cachaco” le tocó pasar por las juiciosas manos de Ceno Tamayo, quien las desbarataba, las cortaba a la nueva medida, las volteaba para que quedaran por el lado menos mareado y las cosía de nuevo. Mera elegancia, dirían hoy. Nosotros también usábamos ropa de marca: Marca Ceno. Eso sí, en cuanto a hacer y reparar camisas, la fiera era Mariela Sierra.
Aclaro para dejar limpia la imagen del juicioso sastre que el defecto en las mangas de mi segundazo, no fue su culpa. Si recortaba en las manos, la manga se anchaba y quedaban bailando las manos de éste, todavía niño. Si las recortaba en el hombro, no quedaban acomodando.
Pero amalayo el saco y sus largas mangas, en las otras juntas por donde he pasado (o pasé), “sin romperme ni mancharme”, porque no tengo a qué echarle la culpa.
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Ni que decir de la corbata: de tanto torcer la nuca tratando de que se me viera derecha “quede lisiado”. Ya la torcida no es la corbata, sino mi columna, que quedó con el tic de inclinarse para un lado cuando intentaba ahorcarme con ese diabólico atuendo. Pero “perro viejo late echado” y ahora tranquilizo a Laura mi nieta diciendo que así se usa.
Tanto usé el saco que hasta aprendió a volar: en las fiestas de gala del Club la Rochela entraba de primero más orondo que Rin Rin Renacuajo, me sentaba en la más apartada de las mesas y Ovidio, “La femenina”, que hacía las veces de mesero, se encargaba de que por un balcón surcara los aires el elegante atuendo, para entrar de esa manera toda la “barra”.
Lo estrecho del local y lo poco ventilado servía de excusa para salir al orinal o a bailar en camisa.
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TOÑITO, PRECURSOR DE PIRÁMIDES
Pirámide la de Toñito. . . con Esfinge de Gizéh y momia de Tutankamón incluída.
Mejor dicho, la Pirámide que armó Toñito en Andes la quisiera el Valle de los Faraones.
Era Andes un pueblo tranquilo, de vida sana, de intenso movimiento en cosecha de café, la cual proveía los recursos para una vida apacible, los otros nueve meses. Gastando pantalones por el trasero, que en eso vinimos a quedar los antioqueños. Para eso los abuelos los gastaron por las rodillas, agachadas al surco.
La violencia del cuarentaiocho inducida allí por un curita que llegó a sembrar cizaña, si bien hizo su daño, no alcanzó a calarse y a sembrar odios eternos, como sí ocurrió en pueblos vecinos. Perdonaron los “rojos” la ofensa que más dolió: ver el busto del “Indio” Juan de Dios Uribe arrastrado por todas las calles del pueblo, amarrado al bómper trasero de un carro y la aplanchada dominical a las putas, sentenciadas desde el púlpito, de ser liberales. Ahora Tirios y Troyanos acudían unidos al “barrio” en busca de caricias.
No estaba para matarse entre hermanos, una comunidad levantada por cuenta de la retórica trasnochada de Ospinas, Lleras, López, Gómez, Turbay, Gaitán etc. Y prefirieron continuar viviendo en paz.
Empezaba el día con el llamado a misa de cinco, a cargo de las campanas de Juancho el sacristán, en una Iglesia renovada, que entendió que el mensaje de la paz era el mejor regalo para ese rebaño. El tinto bien conversado en las mesitas de la plaza, mientras daban ganas de desayunar. Y los primeros tangos de la mañana en el Guticamá, mientras pasaban coquetas las niñas para el Colegio de Maria Auxiliadora: “Linda Colegiala de los ojos verdes, mujer de mañana, ven, te quiero yo”, cantábamos todos.
En esa época no había televisión, ni los periódicos se preocupaban del acontecer parroquial. Debido a eso, no alcanzó el mundo a conocer este mago de las finanzas. Maddoff, DMG, Interbolsa, tienen pecueca al lado de Toñito.
Todo empezó así:
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Una mañana encontré alborotada la calle del medio en Andes. Tanto o más que cuando ocurrió “EL INCENDIO” de la esquina principal, que destruyó almacenes, tiendas y viviendas.
Señoras en piyama y rulos, como si hubiera ocurrido un temblor, hombres enfurecidos, niños llorando, La Paleta, La Flota Magdalena, las dieciséis hijas del patriarca Correa en el Balcón del frente, como quien dice, en barrera.
El loco Gazapera (Iván Arango), rascándose muerto de risa la cabeza. —¡Vean, pues, los recogió a todos! —decía.
Curiosos, autoridades, el padre Lizandro Uribe, es decir, todo el pueblo asombrado, por la mayúscula decepción.
Se había escapado Toñito, dejando el rastro frío.
Los vecinos extrañados porque el negocio estaba cerrado, se asomaron por las hendijas a ver qué pasaba.
El local vacío que encontraron los que estaban en primera fila, cuando la multitud empujó las puertas, era señal inequívoca de que el angelito había emprendido las de Villadiego. O mejor, como lo escribió el sin par escritor costumbrista de Manizales Rafael Arango Villegas: “la palomita emprendió vuelo dejando el palomar vacío”.
Desde muy temprano empezó Xenón Cadavid, recorriendo la Calle del Medio de arriba abajo, con discreción y sin querer que se le notara su preocupación. Ese día, se vencían los intereses y por primera vez, en mucho tiempo, veía el negocio cerrado.
Se había hecho notorio Xenón, por sus continuas alusiones a la buena vida que se estaba dando, gracias a los intereses del cinco por ciento mensual que le pagaba Toñito. ¡Yo aquí fresco con el ventilador!, decía, haciendo referencia a los intereses que recibía y aludiendo al refrescante electrodoméstico de cinco aspas, abría los cinco dedos, sentado en las mesitas del café París, bajo la sombra del Mamoncillo.
Atrás habían quedado los años de arriero de ganado gordo, procedente de las fértiles tierras de Cauca, que por cuenta de José Garcia, en grandes lotes, traía a pie para el matadero de Andes.
Su alta y estilizada figura, sombrero aguadeño y cotizas, unido todo a una voz gruesa, palabras soeces para los novillos perezosos o ariscos y apuntes de buena chispa, a cuanto
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feligrés se encontraba en el camino, lo convirtieron en personaje querido y reconocido en todo el cañón del Rio San Juan.
Nunca tuvo apodo, algo muy extraño en Andes, donde todo mundo tenía y tiene, como dicen hoy, su chapa. Excepto Xenón, Hiparco, Epitacio, Benicio, Migdonio y otros que cumplen de manera económica, la doble función de apodo y nombre. O si no, quién hubiera sido capaz de ponerle a Migdonio un apodo, que hubiera pegado tan bien en el mundo de la usura, como Tominejo.
Había empezado Toñito su negocio como cacharrería o venta de todo tipo de baratijas, llevadas de la capital del departamento, con dineros obtenidos en préstamo de una viuda vecina, que se enamoró de este “proyecto de santo”, bajito y de ojos claros.
Transcurrida la primera quincena sin hacer una venta, se le iluminó a Toñito el bombillo y puso en práctica esta idea: un llamativo aviso “Sea Zorro, compre de contado”, marcó toda la mercancía con atractivos descuentos. La fila de clientes, especialmente campesinos no se hizo esperar y lo proveyeron de recursos suficientes para pagar, oportunamente, el primer mes de intereses y correr a Guayaco, zona popular de mercado en Medellín, precursora del Hueco, a surtir con más generosidad.
Por los tiempos que vivimos, estaría calificado de primero como candidato a comerciante del año. Le hubieran colocado una de esas medallas que a veces quedan como una rosa que cae encima de una boñiga. La “bola” de lo cumplido para el pago del remunerativo cinco por ciento se regó más rápido que la de los precios bajos. Y empezó a llegar la romería a hacer sus depósitos, con sumas cada vez más gruesas, para ponerlos en tan buenas manos.
De la pobre gente que no podía depositar su dinero en efectivo, empezó a recibir licuadoras, televisores, planchas, neveras, equipos de sonido, los novedosos radios transistores. Expedía letra de cambio a favor del “donante” y lo incluía en la lista de acreedores, luego rotulaba los bienes con el llamativo aviso de “en promoción” y rápidamente los vendía.
Por este camino fue ascendiendo hasta recibir lotes, casas y fincas, que iban a parar, también de contado, a manos de José Betancur, Julio Vélez, Marañas y Toñito Cardona, entre otros.
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Era Salvador, conocido usurero, de larga trayectoria en vender tintico en su Café la Paz y descontar las nóminas de los empleados oficiales, agentes de policía y maestros al módico diez por ciento. Enterado de la nueva oportunidad de negocio, empezó a invertir en Toñito lo que hoy los doctos llamamos, excesos de liquidez.
Con una pequeña finca en la Manchuria y una hermosa mula baya, terminaba Salvador todos los miércoles el paseo campestre dando una vueltecita al trote por la plaza.
Consagrado al trabajo, madrugaba Toñito diariamente a misa de cinco. Notorio por su generosa limosna, se hacía al lado del santo Correa, a quien acompañaba en sus oraciones después de la misa y juntos parecían levitar.
De don Jesús decían que era tan casto que volteaba el cuadro del Corazón de Jesús para hacer el amor con su señora. Los patos del pueblo apuntaron que el pobre Corazón de Jesús, nunca vio la luz pues tuvieron como dieciséis hijos.
Nada más qué decir: llantos, jaladas de cabello, imprecaciones al cielo, pero “a ojo sacado no vale Santa Lucia”. Se volvió humo, nadie supo qué se hizo. El padre Lizandro Uribe trató de consolarlos a todos en la homilía, pidió perdón por el prófugo: algo le tenía que haber pasado a un hombre tan piadoso, tan generoso y tan formalito, para desaparecer de esa manera.
En plena Plaza principal, frente al bar Induribe, al pie del Guayacán, delante de un numeroso grupo de personas y de manera ceremoniosa, rompió Xenón el cheque que respaldaba la deuda, pues según sus propias palabras, no quería pensar más en ese hijueputa.
Fue tan sentido el acto de desprendimiento de Xenón, que unos versos que se regaron como pólvora por el pueblo y del cual no hemos podido encontrar copia, en ninguna de las bibliotecas y anaqueles de la región, decía “parece que fue Xenón quien rompió el cheque primero”, de la misma manera que se refirió así a Salvador, si mi disco duro no me falla:
En su mula por el pueblo
se pasea Salvador,
con cara de yonufuí
pensando en aquel traidor.
Los tumultos se fueron disolviendo, nada nuevo que comentar. Todo mundo volvió resignado a su labor.
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II

Pero pronto la alegría alborotó de nuevo al pueblo. Una tarde llegó don Anibal, con la buena nueva, a las mesas del bar Cubita a la sombra del Casco de Vaca.
—Cómo te parece, Xenón —decía golpeándolo en el pecho, con las manos abiertas, el culito parado y mirándolo hacia arriba a los ojos.
—Usted sabe, hombre Cadavid, cómo me relaciono yo en Medellín. No crea que me visto como estoy aquí. No, Señor. No me falta mi “terno”, pues cada que me gano unos pesos, me compro mi “estrén”, me voy a la Bastilla, saludo muy formal esos “culones”, el de menos tiene dos mil novillos en Cauca, les hablo de mis fincas y de la buena cosecha de café que espero, pues no deben pensar que soy “un pelagatos” y como son tan hambrientos, se ponen felices cuando les brindo tinto. Pues, sí señor, un día estaba allí con mis buenos amigos, miré al frente y vi a Grasa Dulce, que usted lo conoce. El chofer, sobrino de Pollo Mojado, quien de manera muy culta se acercó y dijo: —Señores, un permiso: me hace el favor don Aníbal, para darle una razón.
“Me mandaba llamar Toñito y él era el encargado de trasladarme hasta el sitio donde se encontraba. No estaba autorizado para contarme detalles, pues yo debía percatarme con mis propios ojos de lo bien de su nueva situación. Que empacara ropa para dos o tres días y que, a la mañana siguiente, muy temprano, me recogería. Que qué cuentos de esperar a que abrieran bancos, si yo iba libre de viáticos y allá no iba a necesitar nada. “A boquita qué querés”. Estaba muy intrigado pero el emisario es reconocido en Andes como hombre de bien y eso me tranquilizó. Después de un desayuno trancado en Marinilla, cogimos una carretera larga y destapada hasta que fuimos a dar un pueblo que yo no conocía. Luego supe que se llama San Carlos.
Toñito salió a recibirme, me abrazó, vestido de guayabera, sombrero y zapatos blancos, como los ricos de la Costa. Ordenó que me recibieran la maleta y me dijo que me bañara, para que almorzáramos juntos. No te imaginas qué almuerzo, no me pregunte, que a un montañero como yo todos esos nombres se le olvidan. Pero eso es lo único que comen esos místeres que se alojan allá. Es que van a construir unas represas y unas centrales eléctricas grandes, que dicen van iluminar medio país. Mejor dicho, la planta eléctrica de
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Santa Rita es un cocuyo al lado de esas. Ahora sí se jodieron los ladrones para robar de noche. Y los novios a casarse porque se acabó la oscuridad para dar picos y hacer cochinaditas.
Y todos los técnicos, oficiales, mecánicos y doctores que van a trabajar en esos proyectos, se alojan en el hotel de Toñito”.
Esto iba contando, a pesar de que Xenón, escéptico y desconfiado, pocas bolas le paraba, pero muy atento el emisario, a que tres viejas chismosas de las mesas del lado oyeran bien la historia.
—Pues sí, Xenón —continuaba—, ¿te acuerdas del doctor Diego Calle Restrepo? El gobernador que estuvo aquí en Andes, coronando la reina de la Bienal Katia en el Teatro Minerva y que después de esa belleza de discurso que se echó, todo traguiado, se fue para el Club La Rochela y allá le caímos todos los perros a jugar dado. Ese doctor Calle es íntimo amigo de Toñito y es el que manda por allá.
Coge esos “místeres” encima de un plano y les muestra: aquí va a quedar la presa, de aquí a allá el túnel y allá la casa de máquinas. Esos gringos se quedan viendo un chispero, pero entre él y Toñito los van cuadrando a punta de aguardientico. Al otro día me levanté y me tenían juguito de naranja servido.
Me cogió Toñito, ahora sí amigo, te cuento a que mandé por vos. Me tuve que volar de Andes, porque unos ladrones me querían matar, si no les daba una plata muy grande. Salí callado, pues usted sabe que allá lo que uno dice, al momento lo sabe todo mundo. Pero aquí estoy, listo a devolver a todos hasta el último centavo y usted es la persona encargada de traerlos.
—Que vengan por su plata para atenderlos como se merecen, de cuenta mía, porque vivo muy apenado con ellos.
Xenón se retiró incrédulo y callado. De paso le contó a don Horacio mi padre y le pidió su opinión. Este le contestó:
—Ese Anibal no es fruta que come mico.
Pero el trabajo estaba hecho y ya la noticia corría por todo el pueblo.
Al día siguiente empezó la gente a arrimarle a don Anibal ¿Cuándo es el viaje? ¿Cuánto cuesta? ¿Puedo llevar a mí esposa?
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—Vamos a cuadrar los carros, puede ir toda la familia, sólo cuarenta pesos por persona para pagar el transporte y la comida en el camino, pues allá todo es por cuenta de Toñito. Eso sí, lleven vestido de baño, porque hay unos charcos deliciosos.
Producto de puchitos de café, secados a toda carrera y de empeñar lo que quedaba, a las cinco de la tarde, ya había recogido personal para tres escaleras.
—En Hispania los espero —dijo— en La Estación, donde Conradino, para que desayunen con esas arepas, como bolas de billar que hace doña Ligia.
—En Bolombolo es más barata la gasolina y allá tanquiamos los carros.
A las cuatro de la mañana despidió el padre Uribe a todos con su bendición, feliz el sacerdote del buen final de tan infausto suceso y después cogieron ordenadamente las escaleras.
A última hora se sumaron al viaje Kico Orrego y Emilio Gil, con la Melliza, ilustres prestamistas, que no habían contado su desgracia, Salvador y finalmente Xenón que de manera humilde y secreta había preguntado a Anibal que cómo iba él a cobrar si había roto el cheque.
—¿Vos crees, Xenón, que Toñito a vos te va a negar esa deuda? Apure a madrugar para que nos vamos.
Todavía oscuro, pasaron por el Bosque y con la algarabía despertaron a Toñito Tobón, el inspector, que se había quedado dormido en el taburete de cuero, recostado a la pared frente a la carretera, desde la tarde anterior. En el acta de entrega de la Inspección, que reposa en los archivos del departamento, consta que dicho mueble, fue el único elemento de dotación, que utilizó el diligente Inspector.
El olor a panela, en la molienda de Antonio María Puerta, fue el anuncio de que ya estaban en Hispania.
—No hay luz encendida- dijo el primero. Esa mecha de planta eléctrica de Julio Vélez está acabada, contestó otro.
—Está cerrada la puerta. Para que nadie moleste y les rinda más, son muchos desayunos.
—No sale humo por ninguna parte. La cocina queda muy adentro.
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Poco a poco se fueron arremolinando en la vieja bodega convertida en restaurante y empezaron a tocar y a empujar la puerta.
En esas bajaba Conradino, que venía de pasar la noche en brazos de su amante, la Panfrío, con su peinilla de veintidós pulgadas al cinto.
En esas aventuras no se puede andar “manivacío”. Aspiraba, como de costumbre, a meterse debajo de la cobija antes de que doña Ligia lo cogiera a cantaleta.
—A ver, ¿qué es la recocha, pues? —preguntó enojado.
—¿Recocha? Emberraque con esos desayunos que estamos de afán —gruñó Machicha y amenazó con el puño.
Un planazo de Conradino en el pecho que lo puso en reversa hasta tropezar con la multitud, le bajó los humos al viajero. Una señora intervino humildemente:
—Señor, son los desayunos que para nosotros encargó don Anibal.
—¡Don Anibal! Que pase por aquí para darle filo, que para eso está bien esa belleza. Estuvo jugando dado con Arturo Vargas, Porcelano, Roberto Villa y Cascarillo. Se robó la plata de la garita y se fueron sin pagar el trago y la comida.
Esto que oye Xenón y se retira hacia la carretera, le pone la mano al carro de Proleche que se dirigía a Andes.
Pegado en la varilla de atrás gritó como en sus mejores tiempos:
—¡Después dicen que al perro no lo capan dos veces.