domingo, 5 de febrero de 2012

Don Eloy.

Don Eloy.

Aquí nos criamos todos nosotros. Vea, duró más el palo aguacate, mire como está de florecido. De la casa no quedan sino los asientos. Dice Eloy pasando de largo, en cabalgata que nos desplaza de Hispania a Pueblo Rico. Esto por aquí lo llaman Mulaticos; así se llama ese “miaito” de agua, que pasa ahí. Más adelante está el Mulatos que cae a Cauca.
Con esta “gurrerita” nos levantó mi papá a todos. Se llamaba Eleazar Cortez Zapata. Oriundo como casi todos los pueblorriqueños del “Cañon” que así se llamaba Girardota. Eramos doce, seis hombres y seis mujeres. Continúa. Teníamos café, yuca, frisol, plátano, bananos, ahuyamas, sidra, cerdos, gallinas, bestias y vacas de leche, de todo. Nada nos faltaba. Véala hoy abandonada. Dizque ya no produce nada.
Continuamos camino. El en su mula Loba, que le quedó de sus años de finquero en la vereda La Armenia. Llegamos hasta el parque principal, de esa desconocida Suiza del Suroeste: Pueblo Rico. Busca a sus amigos y desempolva recuerdos. Maelo Marulanda, don Arturo Gómez, Rafael Gallego.
Este Rafael, como que cree que la tierra se come, compra toda la que le ofrecen, sólo firma escrituras de compra, no vende nada.
Al regreso nos narra su historia. De Mulaticos debieron pasar los Cortez a vivir a Hispania, atropellados por los violentos agitadores conservadores y en busca de estudio y mejores oportunidades. La apertura de la carretera de Andes a Bolombolo, así lo auguraba. Se abrían posibilidades de mercado en Medellín y pueblos vecinos para el frijol, el maíz, la panela, el tabaco y la yuca. Cultivo este último, por el cual llegó a ser conocido el joven poblado, en todo el departamento.
Muchos de los pobladores primeros de Hispania, llegaron allí de Pueblo Rico, como mano de obra o pequeños empresarios de esos cultivos. Ya don Teodosio Correa, el fundador había mostrado el camino.
Aquí en Hispania funcionó la Comisaria de Tabaco más grande que hubo en todo este Suroeste. Don Jesús Trujillo tuvo aquí, una fábrica de tabaco. Vendían paquetes de tabacos grandes amarrados a la mitad.
Yo me vine a vivir a una finca que compre en la vereda el Silencio. Mi papá, a una casa en el pueblo. Vea, la casa grande de dos pisos que había aquí detrás, en la esquina la hizo don Teodosio. De dos pisos con un patio grande y pesebrera; corredores internos en el segundo piso. Después la compró don Emilio Avendaño y Pepe su hijo más tarde la tumbó.
Don Alejo Sierra, que compró, la propiedad que hoy es de Edatel, sembró el primer Piñon en la plaza. Los Samanes vinieron después.
De aquí también le tocó volarse a mi papá. Un cura chusmero: el padre Dávila, cojo hijueputa, una noche le tiro un taco en la puerta de la casa y otro en el techo, que le hizo muchos daños. Se llevó la familia a vivir a Andes y allí murió a los veinte días.
Yo también me fui a vivir a Andes. A negociar con ganado y de todo, en esa época había mucha agricultura. Bolombolo vivía abarrotado de maíz y frijol para despachar para Medellín. Hoy hay que traerlo.
En su actividad diplomática se conoció y se hizo amigo de don Eduardo Escobar Restrepo y Luis Eduardo Ruiz de Andes, a quienes transportaba café en su camión de Andes a Bolombolo.
Muchos años después se instaló definitivamente en el pueblo de los samanes, cuya vida lenta y tranquila se acomodó a las mil maravillas a su modo de ser.
Desde su llegada se convirtió en el anfitrión de todos los viajeros que surcando el cañón del rio San Juan, por la tortuosa carretera destapada, paraban a buscar frescura bajo los samanes y piñones de oreja y a cambiar o renovar repertorio con Eloy, Conradino, Alfredo Granda, Pepe Avendaño, y Nato Ochoa, antes de continuar viaje a Jardín, Andes o Betania.
En Hispania contrajo nupcias con Suza Ochoa y montaron una culecada de diez hijos, los cuales le esperaban a diario la llegada de la Armenia en su mula, doblada con costales y jíqueras plenas de comida.
Antes de casarme tuve otras tres familias. En Palestina, Caldas, tengo una muy numerosa. Hace poquito fui a visitarla.
Pero la entrada triunfal de Eloy, si era la de los sábados en la tarde. Desde muy temprano estaba parado en una esquina de la plaza esperando los finqueros que de Medellín o el mismo Hispania viajábamos a Andes, capital comercial del Suroeste. Armado de talegos para la carne y los fríjoles, costal para las papas, jíqueras para el arroz, con los cuales regresaba más cargado que un altar de Corpus Cristi, en pueblo de godos ricos.
En un dos por tres armaba Suza el fogón y rápidamente, empezaban a hervir por un lado los frisoles con papada de cerdo, yuca y plátanos cocinados y por el otro, las porciones de carne frita que llenaban de olor toda la plaza, y que empezaba a repartir a todas las “crías”.
Cuentan unos amigos, que cansados de esperar que les pagara una letra de cambio que les firmó, producto de la venta de una vaca, llegaron a la casa a cobrarle. Se asomaron por la puerta y lo vieron repartiéndole comida a esa muchachamenta. ¡Vámonos, con que va a pagar ese pobre hombre!
Todos manteníamos el compromiso explícito de trasladarlo, pero el sólo se acomodaba con uno: el primero que pasara. Debía llegar a Andes antes de que los ricos de la plaza, que siempre lo invitaban a tinto, se fueran a desayunar.
Era época de poca televisión, radio gangosa y desactualizado periódico, espacios que muy bien llenó Eloy. Teníamos para él la doble condición, de fuente de información y de escuchas.
De los tiempos, de trabajador de “la gasolina”, es decir conductor, dejó innumerables amigos en Andes, todos los cuales lo saludaban de manera alegre y jocosa. Algunos se llegaron a exceder en las charlas y en más de una ocasión se le vio esgrimir el viejo revólver que siempre mantuvo en su carriel de nutria.
A los Arroyave de Tapartó, Gabriel y Graciliano, conocidos como los mohanes, por su tamaño, su voz campechana y sus modales, recibía siempre con la misma pregunta:
¿Qué ha habido por ese Tapartó muchachos? ¿Mucho Mohan en esos montes? Hasta que estos se encontraron la respuesta para desarmarlo: no don Eloy, eso por allá, lo que está es lleno de currucutúes.
Pues Currucutú fue el apodo que le acomodaron en Andes, tal vez por el parecido de la parte superior delantera de su cabeza, con esa rapaz ave nocturna ave. Que todavía se oye ulular en las noches hispaneñas.
Pero todo es efímero en la vida y la buena fortuna para Eloy, fue desgracia para nosotros. Nos significó la pérdida del “parcero”.
Un día amaneció Hispania con el secreto a voces de que Eloy se había ganado la Lotería. Tuvo el “acierto” de darle a guardar ese secreto a John Lemos, abogado aguardientero y chismoso mayor de la región, que se encargó de divulgarlo al mundo.
Y no volvió a ser el mismo. Para no prestarnos plata, se hacía el que no nos oía y sordo se quedó. Empezó a viajar en el carro doble cabina que compró su hijo, que ahora llegaba de Andes cual tendero de Santa Cruz, saliendo de la plaza minorista.
Eloy es una escultura viva de Hispania. Amble con todos, de excelente memoria, rodeado de su prole, disfruta contando tanta historia que sabe. Allí disfruta su vejez y poco a poco, al mismo ritmo lento que ha vivido, devuelve al mundo las moléculas que le dieron vitalidad.
Gilberto Vélez, jubilado del gremio cafetero y veterano de muchas guerras llegó a disfrutar la vida en Hispania. Bien vestido, bien parecido, amable, culto y amplio. Soltero. Es decir un partidazo. Rápidamente entró en amores con una hija de Eloy, a quien siempre se ha referido cariñosamente como La Mona.
Llegaron unos artesanos al pueblo y corrió Gilberto a comprarles un regalito para su amada. Lo hizo envolver bien y busco al popular Rilo para que lo entregara. Y… y… y viene pa..para pagarle le “gaguió” y me cuenta co..como le parece.
Cuando vio aparecer al mensajero con los grandes ojos abiertos, el pelo parado y sacudiendo la mano derecha de arriba abajo, es decir más confundido que un diablo le preguntó: ¿co…como le pa,,,pareció. Estaba toda la familia reunida cuando lo destapó. Contestó Rilo. Piérdase, le dijo, que esa gente esta verraquísima con usted.
A los tres días de estar encerrado en la casa, mandó buscar un emisario para que averiguara que era lo que había pasado. Rápidamente volvió con la respuesta. ¿Usted es que no sabe cómo le dicen a Eloy? ¿Cómo se le ocurre mandarle a La Mona un currucutú de madera?
Y continuando con el paréntesis de Gilberto, esta anécdota: oiga doctor es que yo he sido muy de malas en la vida. Imagínese que una vez llegó alcalde nuevo a Betania y cuando pasó por el lado nuestro nos paramos a saludarlo. Bi….bienvenido se…se…señor alcalde. El creyó que yo.. yo… yo lo estaba re…remedando e inmediata…ta.ta..mente se voltió y le dijo a un policía: se..setentaidos horas de ca…calabozo a este, por i…irrespeto a la auto…toridad.
Yo…yo…acaso…so sabía que…que era….gago co…co…mo yo.
Cargo muy honorífico de Eloy fue el de liquidador vitalicio de una compañía de ganado que en La Palmira, tierra de Pepe Avendaño y como depositario de los ganados, Horacio Uribe G. mi padre, tuvieron por muchos años.
Una botella de Aguardiente Antioqueño, que por esa época agarraba más que policía nuevo y una gallina eran los elementos básicos del soleado día que se escogía para la toma de razón a la compañía. Terminada la revisión de los semovientes, destapaban la botella, mientras la señora de la finca preparaba el sancocho.
En alguna ocasión la gallina estaba más dura de la cuenta y hubo que prolongar su tiempo de cocción. Cuando llamaron a la mesa Eloy sólo alcanzó a exclamar: yo con esta puta rasca para que gallina. Y se desplomó.

Benicio Uribe E.
Enero 18 de 2012.