miércoles, 27 de abril de 2011

Los cuentos de Lucio Marín.
San Carlos, municipio del Sureste u Oriente lejano de Antioquia, fue en sus comienzos, bodega y posada para arrieros que se desplazaban de Puerto Nare en el Magdalena Medio a Medellín y viceversa. Rico en maderas, el comino la más codiciada de ellas; de sus bosques salió, mucha para las traviesas, de las primera líneas de los Ferrocarriles Nacionales y para construcción y ebanistería de todo el país.
Puede considerarse además, junto con San Luis, la primera avanzada de los habitantes del Valle de San Nicolás y Marinilla, en el Magdalena Medio.
Las bodegas, el transporte en bueyes, el comercio y la ganadería permitieron la acumulación de riqueza necesaria para la cimentación de un municipio próspero y pacífico.
Pero como he dicho siempre: “a los paisas viejos debieron de haberlos capado”, vino una generación de hijos calaveras, que se dedicó a “vivir del impulso”, a consumir la riqueza acumulada con el sudor y la verraquera de los viejos, de todas las formas posibles.
Se dedicaron pues, en su juventud, quienes más adelante, serían aventajados empresarios en otras regiones, a la parranda, las riñas de gallo, las cabalgatas, el juego de dado, el baile y las serenatas, de todo lo cual se curaban bañándose en sus hermosos ríos, acompañados del infaltable sancocho de gallina y el aguardiente.
Pero Chucho, que parece que fuera envidioso y además los quería castigar, mandó la guerrilla, a que los “ventiara” de ese paraíso. No lo quiso hacer personalmente como a Adán y Eva, porque eso todavía se lo sacan en cara.
Y fueron desfilando Toño Restrepo, Lucio Marín, Muñeco ( Abrahan Garcia )  los hermanos Alfonso, Jesús y Manuel Ramírez, Carlos Guarín y los Parra, con Julio a la cabeza. Cuando estos últimos salieron dejaron un vacio inmenso en el pueblo. ¡Pues claro si eran como mil y la mama!
Toño, montañero de más salida y graduado como arriero de mulas, cayó al Jardín hoy corregimiento de Cáceres y se “encabó” arrastrando maderas, especialmente estacones para las fincas, que los ganaderos antioqueños empezaban a abrir, estimulados por la apertura de la carretera a la Costa, la novedosa yaragua Uribe y la candela.
Pronto Toño consiguió coteja. Lo encantó con su “labia” ,Jorge Mejía, desterrado de Ciudad Bolívar, pues después de la “machacada” que Papineda, le pegó  en el Barrio. No se aguantó las burlas de todos los patos, encabezados por el inolvidable Grillín ( Julio Martín Uribe ) que en agradables versos, narró el convulsionado e histórico episodio.
Era Jorge, el Negro, como lo llamábamos los amigos, un excelente conversador, amplio y muy atento. Juntos en la finca Dinamarca, que compraron en compañía, organizaron la acogedora embajada de los paisas, en el Bajo Cauca.
Tras las huellas de Toño, llegaron muchos de los desplazados de San Carlos y de otras partes. La Pequeña Lulú, Alberto Peláez, Efrén Montoya, Jesús Viera, Cristobal Mejía, Pedro Villa, Carlos Uribe y muchos más.
Visitantes ocasionales ilustres y no tanto fueron: don Ernesto Garcez, Carlos Trujillo, Alberto Uribe, Pablito Tamayo, Raúl Ochoa "la Mama", el Brujo Oscar Vélez, Augusto Alvarez, los Velásquez (Raúl,Guillermo y Octavio) en fín la "flor y nata de la boñiga antioqueña", en su diáspora hacia las tierras llanas y calientes del Norte de Colombia.
Pero allá también les llegó, la delincuencia y después de “toriarla” muchos años, hoy viven su retiro, recordando sus buenos tiempos en los “tintiaderos de Medellín”. En agradables tertulias presididas por el patriarcal Toño.  Que con la edad cogió “carita de yonofui”.
Cuenta Lucio, que en alguna ocasión estaba Manuel Ramírez con su padre Luis, en la carnicería de la plaza y llegó un campesino a ofrecerle unos marranos gordos que tenía en El Jordán. Descartó el viejo el negocio;era muy lejos ese paraje y a su edad no estaba para esos “trotes”. Esto que oye el vástago,e inmediatamente se ofrece para esa tarea. El, los compraría baratos y personalmente los traería.
Antes de cerrar la carnicería, saco don Luis, del bolsillo del ensangrentado delantal y le entregó a éste, que se ofrecía como soporte de su vejez, trescientos arrugados pesos.
Camino a la casa, se encontró Manuel a Lucio Marín, quien lo invitó a un aguardiente y… “eso fuimos en esta vida”. A las once de la noche después de llevar serenata cayó en cuenta Manuel del “hueco” que le había hecho al “principal” y armó el plan. ¡Préstame Lucio el caballo de tu papá que no soy capaz de ir a pie en este guayabo!
Sacó Lucio el cabezal y de la manga, pequeño potrero urbano,  que todo rico de pueblo debía tener, sacaron el caballo. La madre de Lucio, les armó cena para que no fueran a pasar trabajos y salieron. Manuel pidió la silla para el viaje de ida, pues al regreso, le tocaba arriar los marranos.
 Ya Manuel con las riendas del caballo en la mano cambio de rumbo y se dirigió al paraje el Chocó donde tres horas más tarde cogió una escalera para Medellín. Dejando a Lucio con la única alternativa de regresarse sólo en el caballo.  
¡Ojitos que te vuelvan a ver! El cómplice del delito llegó a San Carlos, con el compromiso de no contar el camino que había cogido, el ahora prófugo.
Pero “todo se sabe en la Viña del Señor” y pronto llegó a San Carlos la noticia, de que Manuel estaba muy bien instalado con un restaurante que había “pisado”, con lo que le sobró de la beba. Se consiguió una moza y puso a trabajar un paisano “descolocado”, como cocinero.
Con todo el que salía para Medellín, le mandaba razón don Luis a Manuel, que no se fuera a aparecer por el Pueblo, que ya le había quitado el apellido y estaba desheredado.
Rápidamente, la salud del decepcionado anciano se deterioró y cayó a la cama moribundo.
Temerosas las hijas de que su padre fuera a morir en pecado mortal de ira, lo que lo tiraría “ipso facto” a la “paila mocha”,  le preguntaron al viejo, que si mandaban por Manuel para que lo perdonara y le diera la bendición. Después de la “extremaunción” y “los santos óleos”, era lo único que las hijas veían como obstáculo para la entrada al Cielo, de este que sería un nuevo San Luis.
¡Que venga, contestó el agonizante anciano,pero con la condición de que traiga los trescientos pesos, para que pague siquiera mi entierro!     

Benicio Uribe E.
Marzo 9 de 2011.                    

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